Cuando un jugador profesional de fútbol asegura que cuenta los cinco o seis años que le quedan en el fútbol para poderse retirar y dejar de ser insultado por su color de piel, es porque algo anda muy mal. El lateral izquierdo del Tottenham Hottspur (Inglaterra) e internacional con la selección de ese país, Danny Rose, impotente, aseguró que está agotado de aguantar insultos. Lo más grave es que sería mentira decir que el racismo en el fútbol europeo, y en general en el mundo, es algo nuevo. Lo que pasa es que ya no es posible invisibilizarlo.

Los futbolistas ya no soportan que desde las gradas lleguen gritos con imitaciones de simios y que les lancen bananos a la cancha. Casos recientes hay de sobra. El debate, sin embargo, sigue siendo confuso y muchas veces hipócrita, incluso dentro de los grandes equipos, posiblemente ayudado por el radicalismo político que se ha instaurado en el Viejo Continente y que discrimina a inmigrantes africanos y árabes.

Lo que sucede en los estadios de fútbol europeos es una muestra de lo que está pasando en la región, en donde han aumentado los casos de racismo, xenofobia y discriminación de las minorías religiosas. El 8 % de la población europea está considerada una minoría, según datos de la Eurocámara. En enero de este año se aprobó un informe en el Parlamento Europeo que lanzaba una alerta por el aumento del “discurso del odio”.

La Agencia Europea de Derechos Fundamentales señala que la población negra sufre discriminación en Europa: 30 % de los encuestados dijeron haber sufrido racismo en los últimos cinco años y un 21 % reportó más casos en los últimos doce meses. Solo un 14 % denunció a las autoridades.

La revista Nature Human Behaviour publicó una carta de Catarina Kinnwall, investigadora de la Universidad de Lund, en Suecia, que reveló cómo en los últimos diez años la xenofobia ha tenido un incremento significativo en los países europeos. Al responder la pregunta “¿a quién les gustaría tener como vecinos?”, la mayoría rechazó a “gente de raza diferente” y musulmanes.

“El racismo no se puede separar del discurso político del nacionalismo. Comparte con él la necesidad de exclusividad y la separación, se justifica a menudo a través de diferencias religiosas y culturales, cuando en realidad tiene dimensiones racistas y eurocéntricas”, explica Kinnwall. Se refiere a la llegada reciente de gobiernos de ultraderecha a varios países europeos y a las representaciones políticas que tienen fuerte presencia en los parlamentos de 17 países miembros de la UE.

La situación italiana es perfecta para ilustrar el problema. El nuevo gobierno de ese país, liderado por grupos radicales como la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas, ha sido enfático en su aversión a los migrantes, especialmente los africanos. Por eso no sorprende el caso de Moise Kean, hijo de marfileños y perla del fútbol italiano, de 19 años. Durante su último partido con la Juventus, en el que visitaba al Cagliari por la Liga italiana, la situación se desbordó. Al marcar su cuarto gol en seis partidos, se encaró a la grada local y abrió sus brazos, reclamando respeto y rechazando los insultos racistas que estaba recibiendo.

Uno de sus compañeros y símbolo del equipo, Leonardo Bonucci, declaró luego del partido: “Kean sabe que cuando marca se tiene que centrar en celebrarlo con sus compañeros. Sabe que podría haber hecho algo diferente a lo que hizo. Creo que la culpa es compartida al 50 %”. Sus palabras, si bien después fueron aclaradas por el futbolista, no solo despertaron la ira del entorno futbolístico, sino que pusieron en evidencia la ambigüedad que existe a la hora de abordar el racismo.

Inmediatamente, Lilian Thuram, uno de los emblemas de la selección francesa campeona del Mundial de 1998, quien además abanderó la lucha contra el racismo luego de su retiro en 2008, aseguró que sus palabras reflejan lo que muchos piensan en Italia: “La reacción de Bonucci, un compañero de Kean, es tan violenta como los gritos de mono de los hinchas. Es como cuando se produce la violación de una joven y aparecen personas que justifican a los violadores poniendo de relieve que la niña iba vestida de forma provocadora. Por gente de este tipo la lucha contra el racismo y la xenofobia está estancada”.

Luego agregó: “El fútbol es un negocio, y las autoridades no harán nada por frenar el problema si primero no actúan los futbolistas retirándose en masa de los campos donde se produzcan estas agresiones racistas. Los futbolistas han tenido muchísimas oportunidades de abandonar los partidos, pero lo cierto es que nunca lo han hecho. (…) El deporte te hace reflexionar. ¿Por qué hay algunos que no aceptan a los inmigrantes? Los mejores jugadores del Barcelona lo son: Messi, Suárez, Umtiti… ¡Todo está lleno de inmigrantes! Si el tema de verdad preocupase a las autoridades, el partido debería haberse suspendido”.

La Gazzetta dello Sport publicó que los tres inspectores de la federación italiana que estuvieron en el partido concluyeron en su informe que los cánticos racistas se produjeron como una reacción ante el festejo “provocativo” del jugador de origen marfileño. Lo mismo quedó registrado en el acta de partido del árbitro del encuentro, Piero Giacomelli. Todo esto a pesar de que numerosos testigos advirtieron lo que estaba sucediendo antes del gol.

Las advertencias, sin embargo, parece que no sirven. Hoy en día, hasta los mejores son señalados por su origen o su color de piel. En marzo pasado, además de Rose, las estrellas inglesas Raheem Sterling y Callum Hudson-Odoi sufrieron insultos racistas por parte de aficionados montenegrinos en un partido de la fase de clasificación a la Eurocopa 2020, mientras el Inter de Milán, el Dinamo de Zagreb y el Dynamo de Kiev fueron todos sancionados con el cierre total o parcial de sus estadios debido al comportamiento racista de algunos aficionados.

Otros casos recordados son los de Mario Balotelli, que pelea cada vez que puede contra el racismo en su propio país, Italia; el de Dani Alves, al que en 2012 le lanzaron un banano cuando iba a cobrar un tiro de esquina en la cancha de Villarreal; el del colombiano Jefferson Lerma, quien acusó al español Iago Aspas de haberlo llamado “negro de mierda”, y el de Patrice Evra, quien aseguró que el uruguayo Luis Suárez le dijo durante un encuentro entre Manchester United y Liverpool: “No hablo con negros”.

El presidente de la UEFA, el esloveno Aleksander Ceferin, aseguró: “Siento vergüenza que en 2019 tengamos que organizar una conferencia para promover la diversidad. Es preocupante ver a los dirigentes mundiales y a los políticos minimizar los incidentes racistas y discriminatorios”.

Según el reglamento actual, los árbitros pueden detener, suspender o abandonar un partido si “el comportamiento racista es de una gran amplitud y una gran intensidad”. Por eso Ceferin explicó que su llamado es para pedir a los árbitros que no tengan miedo de detener los partidos cuando constaten que se dan incidentes racistas.

Por ahora no se ve la contundencia de las sanciones. No es casualidad que Danny Rose asegure que es insultante que una multa por racismo sea equivalente a lo que él gasta en una noche de fiesta.

La novena resolución de la UEFA asegura que si los seguidores de un club o de una selección adoptan comportamientos racistas, “la sanción aplicable a una primera infracción será el cierre parcial del estadio, concretamente de la zona en la que se produjeron los incidentes de racismo. La sanción aplicable a una segunda infracción será el cierre total del estadio y una multa. Por otro lado, los seguidores que sean declarados culpables de comportamiento racista deberán ser sancionados por las autoridades estatales con la prohibición de asistir a futuros partidos”.

“Cuando el partido se detenga o no se juegue, pienso que el 90 % de la gente normal en el estadio tendrá ganas de darles una patada en el culo a estos idiotas. Estamos en 2019, no hace cien años. Volveremos a hablar a los árbitros, les diremos que estén tranquilos y que no tengan miedo de actuar”, concluyó el dirigente esloveno.