La situación sigue igual que hace unos meses. Incluso mucho peor. Es lamentable, porque si bien es cierto que el domingo pudieron abrir la frontera a razón de unas pocas horas y varios venezolanos pudieron comprar productos, la situación en Caracas, que es la ciudad donde yo vivo, ha empeorado hasta el punto que ya se hace imposible adquirir productos regulados en los precios más altos. Ejemplo de ello es que una paca de harina de maíz, que tiene un precio regulado de 190 bolívares por cada kilo y que en una paca de 20 paquetes sería de 3.800 bolívares, resulta que por la ambición de los bachaqueros (personas inescrupulosas, malvadas, que te venden la comida a precios exorbitantes en comparación al regulado) esa paca de harina de maíz la están vendiendo en 40.000 bolívares. Saquen cuentas por allí.

Mi sueldo mensual es de 46.000 bolívares, sin tomar en consideración que aparte a cada trabajador en Venezuela le pagan un bono de alimentación de 18.585 bolívares. No puedo ni siquiera costear este producto. Cuando veo la oportunidad, y dependiendo del precio, compro la mitad de ese bulto con algún compañero de trabajo para que así no me pegue tanto el bolsillo.

Hace poco me ofrecieron una paca de arroz, que trae 24 paquetes de un kilo cada uno, en 25.000 bolívares. Fue una gran oportunidad debido al precio, aun cuando el arroz marque 480 bolívares todavía es relativamente bajo porque la paca de arroz la están vendiendo en 48.000. Esta paca de arroz me la vendieron en Guanare, estado Portuguesa. Ese es un estado llanero y para llegar allí son como unas cinco a siete horas de viaje. Aproveché a un amigo que me haría la vuelta sin cobrarme nada, ya que estaría por esas tierras visitando a su familia.

En Venezuela no permiten que los carros particulares viajen con cantidades importantes de comida. En una alcabala de la Guardia Nacional pararon a mi amigo, y resulta que le revisaron el carro, le pidieron cuatro kilos de arroz y 3.000 bolívares. Incluso el guardia tuvo el atrevimiento de decir que había salido barato, porque siendo otro le quitaba la paca completa. Lamentablemente a eso nos ha llevado este gobierno: al hecho de no poder comprar tus alimentos en Caracas, porque simplemente no hay, las colas son cada vez más largas y las personas que las hacen están a merced de la delincuencia.

El viernes pasado le tocaba comprar a mi suegro. Aquí se compra por el último número de cédula, por ejemplo, el lunes le toca al 0 y al 1, que es el día que me toca a mí. Resulta que el autobús en que iba se montaron unos malandros y robaron toda la camioneta. Lo curioso del hecho fue que no se llevaron los celulares o el dinero en efectivo, sino las bolsas oscuras de las personas que habían hecho su compra. ¿Saben la impotencia que sentía ese señor después de pasar todo un día bajo el sol, tras haber madrugado, para regresar a su casa con las manos vacías?

Es fuerte. Otra cosa que se está viendo más seguido es que en las zonas populares (yo vivo en La Dolorita-Petare, uno de las barrios más grandes del municipio Sucre, en la zona metropolitana de Caracas) la gente sale muy temprano para ubicarse en un puesto mucho más cercano al momento de comprar. Incluso algunas personas han optado por dormir en las puertas de los supermercados o áreas más cercanas para así no soportar el sol del día. Y en la parada de los autobuses han llegado varios motorizados malandros y han robado a todas las personas que esperaban el autobús. Ellos saben que si a esa hora hay un grupo de más de 15 personas es porque van a comprar productos regulados y llevan siempre dinero, tarjetas y celulares.

Otra opción a la que me ha tocado acudir es a hacer cambalache o trueque: cambio un producto por otro, y de ser un poco más costoso y dependiendo del caso, me devuelven o yo devuelvo la diferencia en efectivo. Ayer, por ejemplo, cambié un kilo de harina de maíz por un desodorante de barra. He cambiado dos tarros de champú por un frasco de mayonesa pequeño. En cuanto a las medicinas, he tratado en la medida de lo posible abastecerme de medicinas comunes para evitar malos ratos en las farmacias: acetaminofén, antialérgicos, ibuprofeno, antigripales, entre otros. Desde principio de año no he tomado pastillas anticonceptivas porque las que me recetó mi ginecólogo no las he conseguido en el mercado. Tengo tendencia a ovario poliquístico y pues he visto algunos cambios, pero nada puedo hacer porque no consigo las pastillas.

Se ha vuelto costumbre, además, que los bachaqueros estén adulterando la comida que venden. No es suficiente vender caro sino que, por ejemplo, empaquetan la borra de café o el residuo del café una vez colado. La harina de maíz la ligan con cal. En los paquetes de pañales, sólo meten de tres a cuatro y de resto es papel periódico. Ellos están tan avanzados que tienen las máquinas para sellar el producto como si no se hubiese abierto, incluso han cambiado la fecha de vencimiento de la leche de bebés y no les importa vender esa leche así esté vencida. Los bachaqueros son muy malos. Cuando todo esto termine (ojalá que sea muy pronto), después de los políticos que apoyan a semejante gobierno corrupto, inepto y malvado, los bachaqueros también deberían pagar bien caro todo lo que han hecho poniendo en peligro la vida de las personas a las cuales les comercializan sus productos alterados.