En Birmania, la minoría cristiana ha intentado luchar contra las metanfetaminas que diezman a la sociedad, pero se ha resignado a mantener perfil bajo debido a las amenazas de muerte.

«Hemos recibido amenazas. Simplemente se ha convertido en algo demasiado peligroso para nosotros», explica el reverendo Zau Man, a la cabeza de la iglesia bautista de Kutkai.

En esta región del norte de Birmania, el estado de Shan, unas milicias civiles a menudo vinculadas a la Iglesia intentaron liderar la lucha contra la droga para suplir la inacción de las autoridades. Con métodos a veces polémicos, como saqueos de cultivos en una región donde se cultiva la adormidera, de donde se extrae el opio, que es la base de la heroína.

«Antes íbamos con palos, solo para asustarlos. Después de confiscar la droga, prendíamos fuego», recuerda.

Otras milicias antidroga como el Pat Jasan, en el estado Kachin, reivindican el uso de la violencia y sobre todo los golpes con palos.

Desde su aparición en los años 1990-2000, los laboratorios que fabrican cantidades astronómicas de metanfetaminas se han desarrollado de forma exponencial y se han vuelto intocables, al menos para el reverendo y sus métodos.

El reverendo es testigo de los estragos causados por las metanfetaminas en las aldeas de muchas regiones, en este país de casi 35 millones de habitantes.

«Con la bajada de los precios de la droga, el número de drogadictos se disparó durante los últimos años», lamenta el reverendo Zau Man.

Los precios son bajos, aseguran varios drogadictos a la AFP en Kutkai, Lashio y Muse: 500 kyats (0,30 euros) por tres pastillas. Incluso, algunos barrios se han vuelto peligrosos debido la presencia de traficantes y de drogadictos que se vuelven violentos bajo el síndrome de abstinencia.

Birmania, número dos de la producción de opio después de Afganistán, según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC), es uno de los mayores productores del mundo de metanfetaminas, sino el primero, por delante de América Latina. Suministra a mercados tan lejanos como Australia o Japón.

En las montañas del norte del país se esconden unos laboratorios ultramodernos y una industria que genera miles de millones de euros por año. Influye la ubicación ideal del país: cerca de los dos principales productores del mundo de precursores (sustancias químicas que se usan para la producción de drogas de síntesis) India y sobre todo China, fronteriza con el estado de Shan.

La mayor parte de la droga, en particular el cristal (también conocido como vidrio, hielo o ice), la forma más pura de las metanfetaminas, parte hacia mercados lejanos donde se venderá a precios mucho más altos.

El consumo local causa estragos

Los traficantes lograron crear un vivero local de toxicómanos, para vender las metanfetaminas de baja calidad.

La UNODC advierte del peligro de un «desastre sanitario» en Birmania, sobre todo en el estado de Shan, terreno idóneo para los traficantes por sus montañas y zonas convertidas en tierra de nadie donde combaten ejército y rebeldes, que financian la lucha con el narcotráfico.

Muchos de los heroinómanos de la región, combinan la heroína con las metanfetaminas. Como Arr San, de 27 años, que sigue un programa de metadona, pero continúa consumiendo metanfetaminas.

«Tras tomar metadona te sientes apagado, entonces tomamos metanfetaminas para despertarnos», explica en Muse este joven, que huyó de la ciudad vecina de Lashio para evitar el reclutamiento forzado en las milicias rebeldes.

Por el momento Birmania aplica una política represiva para intentar atajar el narcotráfico. Ser detenido con una pastilla es sancionable con un mínimo de cinco años de prisión.