La xenofobia es el miedo al extranjero, la aversión al que viene de fuera, al forastero, al que no es como nosotros, y dicho miedo es una de las herramientas más exitosas en la política contemporánea. En occidente los partidos políticos se encuentran en crisis, se han desconectado de su electorado y ya no logran resolver los problemas de sus representados, no obstante, en ese contexto terceras fuerzas políticas y cuestionados líderes han surgido con discursos populistas que promueven la xenofobia. Alternativa para Alemania, el Vox español o el mismo presidente de los Estados Unidos son ejemplo de dicho fenómeno que recorre el mundo occidental.

La xenofobia permite responsabilizar al otro de los problemas como el desempleo, la inseguridad, la falta de vivienda, y les permite a los políticos exculpar su incapacidad para resolver las demandas de la sociedad.

Para un político es mejor atizar argumentos xenófobos y justificar su ineptitud en la resolución de problemas, o vender supuestos escenarios catastróficos causados por la llegada de los extranjeros, con el fin de ganar o mantener el apoyo electoral. Finalmente, como miedo es una herramienta muy poderosa en política.

En Colombia sin embargo la xenofobia se había logrado excluir del escenario político a pesar de la magnitud de la crisis que enfrenta el país, quizá por dos razones: Una el rechazo que despierta el chavismo y su Revolución Bolivariana, responsables de la emergencia humanitaria compleja que desencadenó la diáspora venezolana, que ya llega a los 4,6 millones de ciudadanos, a lo que se suma el rechazo que genera la figura de Nicolás Maduro, la identificación de la causa facilitó que se asumiera la solidaridad como una respuesta políticamente correcta.

Y la segunda razón es la empatía que despertaba la migración venezolana, las similitudes socioculturales, los vínculos históricos, la actitud venezolana ante la migración colombiana en el pasado y la identificación con nuestra propia diáspora, despertaron en la sociedad colombiana un sentimiento de solidaridad con los migrantes y retornados.

Políticamente la migración se lee a partir de la polarización uribismo-antiuribismo, haciendo del caso colombiano una rareza. Habitualmente el tema migratorio es utilizado por sectores radicales de la derecha, con argumentos xenófobos que les permiten conectarse con las bases populares, cohesionando a su electorado a partir del rechazo al otro, y fortaleciendo posiciones nacionalistas o fundamentalistas.

Sin embargo, en Colombia los sectores más radicales de la derecha habían cifrado su animadversión contra la Revolución Bolivariana, por lo que les resultó muy difícil atacar la migración pues era la evidencia palpable del fracaso chavista. Visibilizar la emergencia humanitaria compleja y la tragedia migratoria era el mejor argumento contra a aquellos sectores de izquierda que en uno u otro momento habían expresado simpatía por dicho proyecto político. La ecuación era compleja para la derecha radical, se debía ser solidario con la migración porque había sido causada por el chavismo con el que simpatizaron los adversarios políticos internos.

Pero fue aún más complejo para la izquierda, el uribismo apoyaba a los migrantes, a la oposición venezolana y tenía secuestradas las banderas de la solidaridad con los hermanos venezolanos. Era políticamente incorrecto tener una postura adversa con la migración, no obstante, sus bases populares veían la migración como una competencia directa a sus propias necesidades: ¿por qué el Estado se gastaba el dinero en atender a otros sino lograba atender ni siquiera a los nacionales?

El desplazamiento de las bases populares de la izquierda a la derecha radical es un fenómeno bastante claro en Europa, mientras los partidos de centro e izquierda pierden adeptos, las terceras fuerzas identificadas como derecha radical se fortalecen y ganan espacios con discursos en los cuales la xenofobia es uno de sus principales atractivos.

Si el miedo genera réditos políticos, de otro lado la solidaridad tiene un elevado costo. Las autoridades colombianas han tratado de mantener un discurso solidario con la migración venezolana, tanto al final del gobierno de Juan Manuel Santos como en lo que va del gobierno de Iván Duque.

No obstante, Santos y Duque trataron de sobre llevar el costo político de la solidaridad presentando el tema como una cosa temporal que se resolvería con la caída de Nicolás Maduro y el regreso de los venezolanos a su país, y afirmando que la crisis sería solventada por los recursos de la comunidad internacional. Se estructuraron respuestas de corto plazo, medidas temporales, que reforzaron la idea que todo se resolvería pronto.

Han pasado cuatro años y el problema continúa creciendo, se tiene proyectado que para finales del próximo año la diáspora llegue a los 6,5 millones de venezolanos fuera de su país, es decir que de mantenerse la actual tendencia serían más de 2 millones de venezolanos en Colombia y aproximadamente un millón de retornados en 2020.

Y es ahora cuando los actores políticos desde ambas orillas del espectro empiezan a encontrar en la crisis migratoria el capital político que les permita solventar su falta de propuestas y alternativas para resolver los problemas estructurales de Colombia.

Del lado de la izquierda el silencio frente al tema migratorio se alterna con reclamos que fortalecen la percepción de que la atención a los migrantes es la desatención a los nacionales. Se recurren a fórmulas simplistas que dividen todo en buenos y malos, y se valen de los errores de la oposición venezolana para afirmar que todo es un plan orquestado desde los Estados Unidos, en contubernio con el gobierno colombiano, para apoderarse del petróleo venezolano mientras callan sobre la dictadura chavista.

De otro lado surgen actores de la derecha radical que ven la oportunidad de implementar la fórmula xenofóbica en el contexto colombiano, y con el apoyo de autodenominados “venezolanos de bien” presentan a los recién llegados como partidarios del chavismo que vienen a desestabilizar a Colombia, como lo están haciendo en toda la región.

El resultado es el peor posible, tanto izquierda como derecha radicales encuentran en la migración una de las explicaciones para los problemas sociales en Colombia, y pretenden capturar el capital político que se desprende de la xenofobia. Aún se comportan solapadamente pero el malestar ciudadano que genera la migración, y que se expresó en la noche del 21 de noviembre en Cali y del 22 en Bogotá, ha creado la oportunidad para que surjan fuerzas que quieran capitalizarlo políticamente.

A lo que se suma la ausencia de un liderazgo político capaz de explicar el fenómeno de movilidad humana que vive Colombia, el reto que significa en el largo plazo y lo importante que es enfrentarlo en lugar de negarlo o instrumentalizarlo políticamente, que haga contra peso a la derecha e izquierda radicales. Y todo en momentos en que la solidaridad con la migración deja de ser políticamente correcta e inicia en Colombia el uso político de la xenofobia.

Coordinador del proyecto “Edificando Consensos para la Migración” del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario y la Konrad Adenauer Stiftung