Los estudiosos de las guerras y los temas de defensa tienen claro que las próximas guerras bien pueden ser, o están siendo, guerras biológicas o guerras cibernéticas. El costo de la guerra regular, aquella que demanda costosos equipos como barcos porta aviones, tanques y aeronaves de combate hoy son menos costo-eficientes, y grandes aparatos militares y de inteligencia como los que tienen los Estados Unidos y el Reino Unido son hoy menos eficaces para detener las nuevas formas de agresión de enemigos tradicionales como Rusia, Korea del Norte o Irán. No es que no sean necesarios, pero los arsenales que han mantenido a los tradicionales hegemones hoy no garantizan su seguridad.

Hoy el mundo entero se encuentra en jaque por el SARS-CoV-2 o COVID-19, un virus letal que ha causado ya más de 18 millones de contagios y más de 700.000 muertos (160.000 en Estados Unidos, la mayor potencial global), y que mantiene al mundo encerrado y ad-portas de la mayor crisis económica que haya conocido nuestra generación. Mientras pareciera haber consenso en que el virus se originó en un laboratorio ubicado en Wuhan, China, las circunstancias en que esto ocurrió es difusa, y pareciera haber más esfuerzos de parte de China por ocultar la información que por aclararla. Hay estudios que afirmarían que en dicho laboratorio el virus habría recibido componentes que lo hicieron más peligroso. Los teóricos de la conspiración sostienen que se trata de una acción deliberada de China, y otros afirman que el virus se creó por humanos, y se liberó accidentalmente. Sir Richard Dearlove, un exdirector del servicio secreto británico MI-6 entre 1999 y 2004 valida lo anterior, aunque con oposición de sectores de la comunidad científica. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, por su parte lo llama “el virus chino”, y es una razón más que aviva el creciente distanciamiento entre las dos naciones en un año donde Trump se juega su reelección, y su manejo de la pandemia le resta favorabilidad cada día.

No pretendo aquí probar la teoría de la conspiración, pero tampoco me parece creíble que el virus haya venido de un murciélago mal cocinado. Cualquier laboratorio de investigación en China es controlado por el Estado, así como sucede con cualquier otra actividad científica, académica o económica en ese país. La información en China es controlada por el Estado y no es transparente para el mundo. No obstante, no necesitamos de la venia del gobierno chino para entender que el potencial destructivo de las armas biológicas ha venido siendo estudiado y utilizado en la guerra y en la politica principalmente por países tradicionalmente antípodas de occidente como Irak, Corea del Norte, Rusia y China. En Rusia, por ejemplo, líderes opositores y espías han sido sistemáticamente asesinados o contaminados mediante envenenamiento, y en Irak ha sido usada por el gobierno contra su propia gente. Kim Jong-nam, un hermano de Kim Jong-un, fue asesinado en 2017 en Malasia con un agente nervioso VX, una de las armas químicas más potentes conocidas.

En la economía política, frente a cada evento hay que preguntarse quién gana y quién pierde. Desde hace varios años Estados Unidos, y el mundo occidental en general, han venido provocando a China mediante bloqueos en la Organización Mundial de Comercio y guerras comerciales. La administración Trump lo ha hecho de manera intensa. El mundo occidental le teme a China por el potencial de dominio que tiene si obtiene acceso pleno a los mercados donde Estados Unidos y los países europeos campean, y China necesita herramientas de cualquier clase para conseguir que eso sea así. Al mismo tiempo que el mundo occidental es incapaz de competir con los costos de producción de los bienes provenientes de un país donde los derechos de los trabajadores prácticamente no existen, muchas de las empresas más importantes del mundo dependen de insumos provenientes de China. Una pandemia como la que estamos viviendo, con las consecuencias conocidas y por conocer de la crisis económica que se avecina y el desplome de los íconos tradicionales del mundo capitalista, le dan a China la oportunidad de pescar en río revuelto y buscar beneficios en términos de ganar posiciones y alterar el balance de poder que conocemos.

Simultáneamente con la guerra biológica que podemos estar viviendo aun sin reconocerlo, existe la posibilidad real y presente de una guerra cibernética. Hoy el mundo es virtual y depende completamente de la internet para que la vida discurra con normalidad. La vida de hoy es más virtual que presencial. La seguridad de las personas y las empresas está en buena medida en sus comunicaciones y el manejo y preservación de la información.

La capacidad de China y de Rusia de influir e interferir en esta materia en beneficio de sus propios intereses también son evidentes. De acuerdo con la investigación llevada a cabo durante dos años por el investigador especial Robert Mueller acerca de la interferencia rusa en las elecciones a la Presidencia de los Estados Unidos de 2016, Rusia interfirió en dichas elecciones de manera arrolladora y sistemática, “y lo sigue haciendo”, según testificó Mueller ante el Congreso de los Estados Unidos en 2019. La Comisión de Inteligencia del Senado de dicho país, en un estudio bipartisano publicado en dos volúmenes en 2019, advirtió que el gobierno debía blindar las elecciones de 2020 contra la interferencia rusa. Lo mismo han advertido con relación a China e Irán. ¿No le conviene a Rusia para sus intereses geopolíticos en el mundo tener un presidente americano que sea duro contra los demás y blando con Rusia?

Las guerras son contra los Estados y contra sus ciudadanos. Imaginemos por un instante si en estos momentos de cuarentena cuando todos vivimos conectados y trabajamos, nos informamos y hacemos todas las transacciones virtualmente, se afectara nuestra conectividad por un ataque cibernético contra internet o las plataformas en las que habitamos. Los delitos cibernéticos se han multiplicado a todos los niveles y toda nuestra información, nuestra vida, está expuesta y discurre en la nube: nuestros contactos, nuestras conversaciones verbales y escritas, nuestras fotos y nuestros contactos, nuestro banco y el gps con el que llegamos a nuestro destino están en la nube y en nuestros dispositivos.

En 2018 hubo varios eventos electorales en Colombia: consultas partidistas, primera y segunda vuelta de la elección presidencial. En todos ellos hubo ataques cibernéticos contra la infraestructura crítica electoral provenientes de muchos países, inclusive de Venezuela, que fueron evitados gracias a que el gobierno conformó un grupo interinstitucional de trabajo que, con la ayuda de hackers de otros países, pudo identificar las debilidades del sistema.

Las formas de la guerra se han venido transformando a través de la historia, pero su esencia y su finalidad siguen siendo las mismas: vencer a un contrario para buscar un beneficio. Hoy vivimos dos guerras nuevas para nosotros, la biológica y la cibernética, y podríamos no estar conscientes de ello porque ni siquiera sabemos cuándo empezaron o de dónde vienen.

El general alemán Carl Von Clausewitz (1780), uno de los tratadistas más importantes de la materia, escribió en su tratado “De La Guerra” que ésta (la guerra) es la continuación de la política por otros medios. Sean guerras exteriores (contra otro Estado) o guerras intestinas, éstas siempre tienen detrás un interés definido en función de la política y del dominio. ¿En cuál política? En todas las políticas: la militar, la ideológica, la religiosa, la comercial o la energética, todas ellas relevantes para asegurar los intereses de un Estado y prevenir o afrontar amenazas en contra de los mismos.

Las formas de la guerra cambian permanentemente al tiempo que lo hace la sociedad. Las grandes guerras de la primera mitad del siglo pasado tuvieron un costo inmenso para la humanidad por los millones de vidas que se perdieron, y la destrucción y la crisis profunda en que quedaron sumidos muchos de los países que participaron de una u otra forma. Aún hoy, un porcentaje importante de los presupuestos nacionales se destina a sostener el aparato militar para defender los intereses nacionales. La carrera armamentista que se desató durante y después de las guerras mundiales hacía temer la destrucción que podría venir si llegaba una eventual tercera guerra mundial.

Para tratar de prevenir ésta y otras guerras se creó en 1945 el sistema de Naciones Unidas , un conjunto de instancias e instrumentos de derecho internacional que busca “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha inflingido a la Humanidad sufrimientos indecibles” (preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas). El sistema ha funcionado, pues no ha habido una tercera guerra mundial, y desde entonces ha habido un esfuerzo constante desplegado por el sistema y la comunidad internacional en pos de la tolerancia, la convivencia y el mantenimiento de la paz y la seguridad. Cuantitativamente, la violencia por las guerras en el mundo ha disminuído de manera constante. No obstante, el juego de intereses en función de la política ha seguido latente y el mundo no ha dejado de estar sometido a conflictos, aunque ninguno de las proporciones de la primera y segunda guerras mundiales.

Irónicamente, el temor de repetir las atrocidades de las grandes guerras de la primera mitad del siglo pasado, y mientras se desarrollaba el sistema de Naciones Unidas, surgió otra época de tension política, social, ideológica y cultural entre potencias y bloques de países, liderados en sus extremos por Estados Unidos y Rusia, conocida como la “guerra fría”, que siguió incubando los radicalismos de los extremos opuestos de la geopolítica mundial. La guerra fría, más que una confrontación, era una amenaza permanente con el telón de fondo del armamentismo y la potencialidad de la destrucción del planeta y la humanidad por una guerra nuclear.

Los países occidentales se organizaron en un tratado de mutua protección denominado la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mientras que los países del bloque oriental se alienearon bajo el Pacto de Varsovia bajo la influencia de la Unión Soviética. China, aunque ideológicamente ajena al ideario de libre empresa americano, forjó mientras tanto una dinámica política y comercial de largo plazo con países como Estados Unidos. Su influencia y sus intereses crecieron con la vision china del largo plazo, mientras que Rusia se mantenía a la guarda de sus intereses de capitán de la influencia comunista.

Nuestra concepción tradicional de la guerra está marcada principalmente por nuestro conocimiento de la historia pasada. Concebimos la guerra como la confrontación entre ejércitos con miles de hombres aperados con equipos militares, desplegados con un inmenso costo, buscando controlar posiciones. Las guerras regulares son complejas operaciones logísticas y financieras –tiene mejores posibilidades de vencer el que tenga mayores recursos para mantener más hombres, adquirir una mejor tecnología, armamento, medios de transporte más eficientes, y sobre todo, sostener una campaña prolongada en el tiempo sin ningún retorno en lo económico–. Este tipo de guerra es conocida como “guerra regular”, y en ésta, el esfuerzo militar está estrictamente ligado al objetivo político de las partes en conflicto. Los ejércitos no se autodeterminan, sino que responden a las órdenes del gobierno en función de sus intereses, de su política.

Hay otras formas de guerra menos “regulares”, unas clásicas y otras modernas, que están por fuera del ámbito de la guerra regular que gobierna el sistema de Naciones Unidas, y que marcan nuestra realidad cotidiana de manera cada vez más ostensible.

Una de esas otras formas de guerra es la “guerra irregular”, también conocida como “guerra insurgente” o “guerra de guerrillas”. Estos conceptos hacen referencia a la guerra entre desiguales, con tácticas no enfocadas a medir una fuerza contra otra. En este tipo de guerra es común la inequidad de las capacidades de los oponentes, donde ocurre que con unos medios reducidos se desafía el poderío de un establecimiento con un ejército organizado propio de un Estado.

La guerra irregular encuentra sus raíces en la radicalización del descontento y la agitación de las reivindicaciones políticas, económicas y sociales, o de oposición a las estructuras establecidas de poder que por diferentes razones ven mermadas su capacidad de representar los intereses de una parte de la población, y por ende su legitimidad. La guerra insurgente necesita de la voluntad de lucha de un grupo que pretende representar a una parte de la sociedad que no se ve reflejada en el establecimiento. A esa insurgencia se opone la capacidad represiva del Estado, autoritario o no, o en el mejor de los casos su capacidad de negociación.

Guerras insurgentes han marcado la historia reciente de los últimos 60 años de países en vía de desarrollo como Malasia, Perú, Filipinas, El Salvador y Colombia, todas ellas con resultados disímiles. Mientras unas guerras insurgentes resultaron fallidas para los movimientos alzados y fueron aplacadas (Perú), en otros casos dichos movimientos alcanzaron el poder (Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979). Otras se resolvieron de forma generalmente imperfecta mediante acuerdos de paz (Colombia en la década de los 80 con el M-19 y el Epl, y las Farc-Ep en 2016). La tension latente en estos conflictos propios de países con gran inequidad social era entre el comunismo y el capitalismo. Este tipo de guerra irregular también se dio en países desarrolladas como Irlanda del Norte en el Reino Unido, donde un conflicto interétnico nacionalista de 30 años enfrentó a los unionistas protestantes con los nacionalistas mayoritariamente católicos por la representatividad política, y se resolvió mediante un acuerdo de paz conocido como el “Acuerdo de Viernes Santo” de 1998.

Una de las guerras irregulares más importantes y que se dio en el marco de la guerra fría fue la de Vietnam, un conflicto que duró entre 1959 y 1975 y enfrentó a la República de Vietnam del Sur y su aliado Estados Unidos, contra la República Democrática de Vietnam del Norte, apoyada por la Unión Soviética y China. Esta guerra tiene como antecedente la guerra de Indochina, que enfrentó a los franceses que controlaban lo que ahora es Vietnam con los nacionalistas vietnamitas, y que terminó con la salida de los franceses en 1954, pero dejó al país dividido en dos: un Vietnam del Norte gobernado por un regimen comunista, y un Vietnam del Sur con un gobierno pro Estados Unidos.

Tras un golpe de estado en 1956 dado por el general Ngo Dinh, apoyado por la CIA, se frustró la reunificación, lo que generó que los comunistas crearan el Vietcong, una fuerza insurgente que operaba con el apoyo y armamento que le suminastraba Vietnam del Norte. Estados Unidos intervino directamente apoyando a Vietnam del Sur a partir de 1960, primero a través de asesores militares, y posteriormente con el desembarco e involucramiento directo de tropas y grandes operaciones de bombardeos, que aún sin una declaración de guerra formal, implicaron una derrota moral y militar para los Estados Unidos, que terminó con su retirada en 1975, y cuyo gobierno terminó cediendo presionado por el movimiento Flower Power. Nuevamente, la razón de la guerra y el fin de la misma fue la política. 60.000 combatientes norteamericanos, 250.000 combatientes survietnamitas, 1´000.000 de combatientes norvietnamitas y del Vietcong, y cerca de 2′500.000 civiles murieron entre Vietnam, Laos y Camboya. Las tácticas utilizadas por el Vietcong son aún utilizadas por movimientos insurgentes como el Eln en Colombia.

Una de las formas más modernas de guerra irregular son las denominadas “guerras asimétricas”, concepto que aparece en 1993 después del primer atentado de grupos islámicos contra el World Trade Center (09-93), y de la derrota sufrida por tropas norteamericanas en Somalia (10-03) que determinó la salida de las tropas estadounidenses de ese país, y que está muy bien representado en la película Black Hawk Down (2001).

Es importante anotar que mientras en los países occidentales la política está determinada por los asuntos como la intervención del Estado, la libertad económica –capitalismo o comunismo, liberalismo o conservadurismo–, en los países del medio oriente la política (y por ende las guerras) están primordialmente marcadas por la religión. Guerras como las del golfo pérsico en resumidas cuentas fueron ejercicios de guerra regular librados por Estados Unidos para mantener una relación de poder favorable a sus intereses en relación con los países productores de petróleo, lo que generó, además de la respuesta militar inmediata, un llamado a una guerra santa o “intifada” del islamismo en contra de Occidente, desatándose en el mediano plazo la serie de atentados terroristas que han golpeado quirúrgicamente a ciudades icónicas de Occidente como Nueva York, Londres, Madrid, y Paris, y que además son la version moderna de antiguas rupturas entre cristianos y musulmanes que vienen desde la época de las cruzadas. A esto se suma el rencor de los países árabes por la creación del Estado de Israel, eterno aliado y protegido de los Estados Unidos en la región, y cuyo origen fue una especie de concesión o recompensa de los países de Europa al pueblo judío por los horrores cometidos contra ellos en la segunda guerra, y que siempre ha sido visto como un factor de provocación en la región.

En las guerras asimétricas los eventos de confrontación de un grupo de capacidades reducidas en lo militar desafía a una fuerza o un Estado con mejores capacidades, y estos eventos son normalmente posibles gracias al factor sorpresa en circunstancias en las que a veces no resulta claro ni siquiera de quién o de dónde proviene el ataque. Para muchos, estos ataques son actos de terrorismo, repudiado por el daño que inflinge a personas y bienes no involucrados en un conflicto. No obstante, para el mártir que se inmola con un cinturón de explosivos o se estrella en un avión contra una torre del World Trade Center, su vision es radicalmente diferente pues lo hace por motivos religiosos, convencido de que su acto lo glorifica.

Mientras la guerra regular utiliza medios y tiene formas conocidas, quienes en ella intervienen se gobiernan por las normas de derecho internacional humanitario que rigen los conflictos armados, las guerras asimétricas son, por su carácter difuso, mucho más difíciles de regular en la nomenclatura occidental y por consiguiente personas como los cómplices de los atentados de las torres gemelas son juzgdas bajo la normatividad contemplada en el derecho penal por delitos como el terrorismo, la rebelión y el homicidio.

Pero regresemos al tema de la guerra cibernética, la forma quizás más desconocida de la guerra para una sociedad como la nuestra, pero la más obvia e inminente dada la revolución tecnológica y la casi total dependencia de internet y de las comunicaciones que vivimos en la actualidad.

En el juego cibernético global, China y Rusia tienen unas de las mayores capacidades ofensivas y disruptivas del mundo, y las usan. Rusia se vale más de la guerra sucia, del hackeo y la agresión por medios cibernéticos como presuntamente lo habría hecho al interferir en las elecciones de los Estados Unidos en el año 2016. Estonia es considerado el país más ciberatacado del mundo y es hoy una potencia global en materia de ciberdefensa. Desde el año 2007, cuando se presentó el primer ciberataque conocido en el mundo contra todo un país, Rusia no ha cesado en su ofensiva contra este exsatélite soviético, hoy considerado la meca tecnológica de Europa.

Todo comenzó con un tema politico cuando el gobierno de Estonia decidió mover una estatua de 1947 dedicada al soviético ejército rojo liberador de Tallin de los Nazis, la cual se encontraba en su capital del mismo nombre, y llevarla a las afueras de la ciudad. Esto desató la ira rusa, generando protestas atizadas por noticias falsas, y un ataque contra sus sistemas electrónicos de todo tipo, incluyendo el sistema financiero. La guerra cibernética no sólo se nutre del hackeo, sino también de otras formas más sutiles como guerras de información y noticias falsas.

Por otra parte, China tiene una estrategia menos enfocada a la disrupción, y más dedicada al valor que representa el control de la información. Para China, el dominio de la información es un activo superior y de alto valor que le permite una posición de dominio estratégico. Prueba de esta circunstancia es la contraofensiva despegada principalmente por Estados Unidos y el Reino Unido contra la empresa Huawei, que se considera una especie de caballo de Troya en materia de control de la información. Huawei, pese a su vestido comercial y su marketing, es una empresa vinculada al gobierno y al aparato militar chino. En esta condición ha penetrado el mundo occidental suministrando infraestructura y canales de comunicación críticos, a través de dispositivos de almacenamiento y transmisión de información que han entrado en nuestras vidas sin que nos demos cuenta de que provienen de una empresa militar extranjera, como teléfonos móviles, cámaras electrónicas de vigilancia, y servidores. En Estados Unidos y el Reino Unido, algunos de sus principales ejecutivos han sido expulsados del país acusados de espionaje. En Colombia, Huawei es socia de EPM en la prestación del servicio de telefonía celular que se comercializa a través de la empresa Tigo-UNE. Tanto para China como para Rusia, la información es un recurso para el ascenso al poder.

¿Estamos entonces expuestos a una guerra biológica y una guerra cibernética que afecten las instituciones democráticas y económicas que sostienen nuestra política pública y nuestra vida privada? Yo pienso que ciertamente sí y, como el coronavirus, podemos estar sufriéndolo sin saberlo.

*Juan Carlos Restrepo Piedrahita es abogado de la Universidad de los Andes, magister en contratación internacional de la misma Universidad, y magister en Defensa y Seguridad Nacional de la Escuela Superior de Guerra. Es aspirante a magister en Seguridad Pública de la Escuela de Postgrados de la Policía Nacional. Fue Director Nacional de Estupefacientes, Inspector General de la Dirección Nacional de Inteligencia y Consejero Presidencial de Seguridad. Es vicepresidente de una empresa multinacional de productos de consumo masivo y presidente consejero de una firma de comunicaciones estratégicas.