En cualquier lugar del mundo un presidente con un 7% de popularidad y acusado formalmente de corrupción tendría serios problemas para mantenerse en pie, pero en Brasil Michel Temer está logrando, por ahora, lo que parece imposible. ¿Por qué?

La corrupción enquistada

Temer es el primer presidente en ejercicio de la historia del país en ser inculpado por la Fiscalía General. La denuncia por corrupción pasiva debe ser validada ahora por dos tercios de la Cámara de Diputados para que pueda ser procesada por el Supremo Tribunal Federal (STF). 

Temer tiene mayoría en el Congreso desde que asumió el poder en mayo de 2016, tras el ‘impeachment’ a la presidenta de izquierda Dilma Rousseff.

Además, 185 de los 513 diputados están siendo investigados, la mayoría dentro de la devastadora operación anticorrupción ‘Lava Jato’ sobre la red de sobornos en Petrobras.

«Eso crea una red de solidaridad», dice Sylvio Costa, director del portal político Congresso em Foco.

La caída de Temer podría propulsar un efecto dominó y muchos en la Cámara no quieren perder sus fueros privilegiados.

Sin sucesor claro

Cuando Rousseff fue destituida por el Congreso por manipulación de las cuentas públicas, el camino para su sustitución era claro. En su lugar, asumía su vicepresidente Temer, del PMDB (centroderecha), con quien había hecho una alianza contranatura para tener más apoyo en el Congreso.

Pero si Temer cayera, ya no habría vicepresidente que le pudiera reemplazar. En caso de vacío de poder, la Constitución prevé que el Congreso elija a quien lo sustituya en un plazo de 30 días.

Y tampoco parece haber una figura de consenso.

Durante el primer mes, quedaría interinamente en su lugar el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, del partido DEM (derecha). Aunque también está investigado por corrupción, su nombre es uno de los que suena con fuerza para completar el mandato hasta finales de 2018.

La legitimidad de quien encabece este gobierno de transición, el tercero en menos de un año y medio, estaría aún más cuestionada.

Muchos en Brasil creen que este embrollo político debería resolverse con unas elecciones directas, antes de las fijadas para octubre de 2018. Pero para eso, debería aprobarse una enmienda constitucional.

El apoyo del mercado

Temer prometió sacar a Brasil de la peor recesión de su historia a través de una serie de impopulares ajustes que pretenden devolver la confianza a los inversores.

Ya logró aprobar la congelación de los gastos públicos durante 20 años y abrir a la iniciativa privada el sector petrolero, pero le faltan dos de sus principales banderas: la reforma laboral y la del sistema de jubilaciones.

El mercado espera con ansias su aprobación, pero la crisis política retarda el proceso.

«Hay una división del mercado, pero una parte aún cree que Temer sería el mejor para continuar. Porque la posibilidad de reformas es mayor y porque hay una mayor garantía de que permanezca el equipo económico», estima el analista Ricardo Ribeiro, de MCM Consultores.

Su principal socio de gobierno, el PSDB (centroderecha), también quiere la aprobación de esas reformas antes de las elecciones, aunque está dividido sobre el costo político de permanecer junto a un presidente con semejante índice de desprestigio.

El partido está debilitado además por las investigaciones contra su exlíder Aécio Neves y parte de su cúpula, y tampoco pierde de vista que probablemente necesite aliarse con el PMDB de Temer si quiere la Presidencia en 2019.

Silencio en las calles

Uno de los motivos que propulsó la salida de Rousseff fue la presión de millones de personas movilizadas por todo Brasil. Pero el grito de «Fora Temer» ha sido tímido hasta ahora en las calles, pese a que un 65% de los brasileños cree que su salida sería «lo mejor» para Brasil, según el último sondeo Datafolha.

Los sindicatos protagonizaron la mayor y más violenta manifestación el pasado 28 de mayo en Brasilia, pero el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva (2003-2010) tiene sus propios problemas de corrupción y no ha logrado capitanear el descontento popular.

Al negarse tajantemente a renunciar, Temer complicó mucho más los escenarios y, de alguna forma, está estirando al máximo la solidez institucional de Brasil.

«Hoy no hay personas buscando aventuras fuera de la Constitución, fuera de la institucionalidad. Ese es nuestro consuelo», dijo a fines de mayo a la AFP la fiscal de la República Silvana Batini.