La pospresidencia es un estado que muy pocos logran sobrellevar. Una vez dejan el poder, los exmandatarios (particularmente en América Latina) se sienten dueños de una autoridad vitalicia que les permite hablar de todo lo que se les ocurre: critican, polemizan, creen que influyen… Muy poco de prudencia y contención. Una actitud, por decir lo menos, molesta para quien ejerce el poder, que resulta convirtiéndose en su blanco favorito.

¿Por qué es tan difícil el retiro para quien ha tenido el poder? Justin Vaughn, profesor de la Universidad de Boise State, lo explicó así al periódico El País. “Los presidentes cada vez son más jóvenes y cada vez viven más años. La expectación de que creen una pospresidencia activa y útil es mayor, aunque eso hace que aumenten las posibilidades de mancillar su legado”.

Antes las posibilidades de ser escuchados eran menores, aunque no imposibles, pues siempre hay un micrófono abierto para escuchar la voz de un ex, Twitter cambió la dinámica.

Hoy no necesitan a la prensa; a través de su cuentas en las redes sociales dicen lo que se les antoja. Sin filtros. Hay varios casos cercanos. Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos, quienes de aliados políticos pasaron ser  enemigos declarados; Ricardo Martinelli, presidente de Panamá, y su sucesor, Juan Carlos Varela… Y el más reciente… Rafael Correa y Lenin Moreno. Desde que dejó el poder —hace cerca de un mes y medio—, el expresidente ecuatoriano se ha dedicado a criticar cada una de las acciones de su sucesor.  Sus reproches no cesan.

Antes de que Moreno, del mismo partido oficialista de Correa —Alianza País— ganara la presidencia, ya se discutía qué tan atadas tendría las manos para gobernar. Antes de entregar el mando, según la prensa local, Rafael Correa dejó todo listo para no soltar el control. En el informe de Transición Sectorial, el exmandatario elaboró un comité formado por sus delegados que establecieron 56 “acciones inmediatas” para los primeros 100 días del Gobierno de Lenin Moreno. Es decir, le trazaba el camino a seguir.

Pero Moreno tiene su agenda propia y eso no le gustó al ex. Tan pronto llegó al Palacio de Carondelet (sede presidencial ecuatoriana) nombró en su gabinete a gente que no estaba en el radar del Alianza País y sin afiliación política,  eliminó la rendición de cuentas semanal y otros programas que Correa usó diez años para atacar a opositores y particularmente, la prensa. Su independencia fue recibida como un insulto, que comenzó la andanada de pullas en 140 caracteres.

Su reacción recordó a Uribe (muy criticado por Correa)… ¿Se acuerdan que cuando Santos llegó al poder decidió echar para atrás lo que dejó Uribe: se acercó a países como Venezuela y Ecuador (odiados por Uribe) y comenzó el proceso de paz con las Farc?  “Traición”, lo llamó el expresidente colombiano.

La pelea con Lenin Moreno no ha escalado a nivel de traición, pero va en camino. Además de la hemorragia de tuits —el ex ecuatoriano tiene 3,1 millones de seguidores— Correa usa una columna en el periódico público El Telégrafo para destilar sus críticas. La primera la dedicó a cuestionar a la “nueva presidencia” por nombrar una “comisión para investigar la corrupción y además pide ayuda a la ONU, sacrificando la soberanía y la institucionalidad del Estado”…

En pocos días, “Moreno, el patriota, el hombre bondadoso y cariñoso que regresó al país porque lo necesitaban”, como lo describía en la campaña presidencial, pasó a convertirse en un pésimo sucesor.  Y es que Lenin no es Rafael, eso está claro: mientras que Correa tenía un estilo confrontador, el nuevo mandatario quiere conciliar. Se reunión con el opositor Dalo Bucaram (hijo de Abdalá Bucaram), creó una comisión anticorrupción para investiga los sobornos de Odebrecht y tiene otra actitud frente a los medios de comunicación.

“Que no me digan que es cambio de estilo las claudicaciones, el entreguismo. Aquí deben prevalecer los principios, la lealtad, la coherencia, la excelencia; no la mediocridad, la deslealtad, la estrategia de querer diferenciarse del anterior gobierno dándole la razón a la oposición, a aquellos contra los que hemos luchado diez años y hemos derrotado una y otra vez”, exclamó Correa.

Antes de partir hacia Bélgica, en donde se radicará con su familia, Correa visiblemente molesto, llamó a sus partidarios a defender la “revolución ciudadana”, como se conoce al proceso modernizador que se llevó adelante en Ecuador gracias en parte al boom petrolero, y amenazó con desafiliarse de Alianza País “si no denuncia pactos inaceptables”.

Mejor es que deje de existir Alianza País porque nacimos para luchar contra eso, las componendas, la entrega, el reparto de la patria cual botín entre piratas”, sentenció.

Por su parte Moreno, que en estos últimos días ha respondido que sigue “empeñado en reconciliar al país”, le dedicó al mandatario la ceremonia de cambio de guardia de los lunes en el presidencial Palacio de Carondelet, en el centro histórico de Quito. “Gracias en nombre del pueblo ecuatoriano por todos los logros de esta década, principalmente en beneficio de los más pobres y desprotegidos”, dijo Moreno, exvicepresidente de Correa entre 2007 y 2013.

“Hay un cambio de estilo, sí. Ratificaremos todo lo positivo y aquello que haya que cambiar, lo cambiaremos, siempre hacia adelante”, agregó, mientras uno de sus colaboradores alzaba un retrato de Correa con la banda presidencial.

Sociólogos consultados por periódicos ecuatorianos dicen que todo se debe al carácter explosivo de Correa. “Está perdiendo el control de sí mismo y no puede aceptar que perdió el control del país y que está perdiendo el control de su movimiento político”, señalan los expertos. “Su actividad en las redes es un intento por mantener su presencia pública… le es difícil asumir que ya no es presidente”. Los políticos tienen otra visión y piensan que todo es para volver a la presidencia en 2021.

Como diría John Quincy Adams, presidente de EE.UU. entre 1825 y 1829: “No hay nada más patético en la vida que un expresidente”. Y se convirtió en legislador por 17 años, hasta el día de su muerte…