Desde el mes de marzo, las fronteras de Vanuatu, Kiribati, Tonga, Samoa, Islas Marshall, Nauru, Palaos, Islas Salomón, Micronesia y Tuvalu permanecen cerradas, a pesar de su alta dependencia económica del sector turístico, que en países como Vanuatu supone el 40 % del PIB.

«Su aislamiento geográfico ha sido siempre una maldición para las islas, donde el trasporte aéreo es difícil y costoso. Pero, ahora se ha convertido en su tabla de salvación», declaró a Efe el doctor Colin Tukuitonga, excomisionado de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Expertos aseguran que la llegada del virus a estas islas sería devastadora para la región, debido al precario sistema de salud que disponen. Sin embargo, pasados seís meses de declarada la emergencia sanitaria en la región, la economía local, basada en el turismo y la pesca, se ha visto gravemente afectada.

En países como Palau, por ejemplo, antes de la pandemia la ocupación hotelera oscilaba entre el 75% y el 85%. Pero desde que se cerraron las fronteras, a principios de marzo, los hospedajes han caído a entre el 3% y el 5%.

Pero aunque el cierre de las fronteras ha empobrecido a los países sin casos de covid, no todos quieren salir del confinamiento.

En Fiyi se ha impuesto una cuarentena obligatoria en todo su territorio, mientras otras naciones, como Islas Salomón, han optado por establecer el toque de queda nocturno.

«El confinamiento en muchas de las islas es severo. Necesitan mantener al virus fuera del país porque no podrían hacer frente a un brote», remarca el experto.

Este es también el caso de Vanuatu, una de las islas más pobladas del Pacífico sur, con una población de 300.000 habitantes.

«La mayoría de los habitantes [de Ambae] prefiere que la frontera se mantenga cerrada el mayor tiempo posible», cuenta el doctor Len Tarivonda, director de salud pública en Vanuatu, a BBC Mundo.

Dentro de sus fronteras han prohibido los eventos de masas, cerrado escuelas y promocionado las políticas de distancia social, además de interrumpir las conexiones domésticas entre islotes.

«Dicen: ‘No queremos que la enfermedad llegue. Si sucede, básicamente estamos condenados'».

Panorámica de Samoa, en el Pacífico Sur.
Panorámica de Samoa, en el Pacífico Sur.

Y es que los habitantes de estas islas tienen todavía presente el recuerdo de la epidemia de sarampión que sacudió a Samoa en 2019. Durante los últimos meses del año pasado, la isla (con una población de 196.000 habitantes) sufrió una grave epidemia de sarampión, una enfermedad común pero que se cobró 83 vidas e infectó a más de 5.700 personas.

«Sin duda la experiencia de la epidemia de sarampión puso a todos en alerta e impulsó una respuesta temprana», incide el doctor.

Un alto porcentaje de la población de estos países del Pacífico Sur sufre enfermedades crónicas como diabetes, obesidad o problemas de corazón, por lo que la llegada del virus podría suponer una catástrofe.

En Nauru, la república más pequeña del mundo y con unos 13.600 habitantes, solo existen un hospital y no cuentan con ningún respirador artificial.

La solución sería enviar a los enfermos a países como Australia o Nueva Zelanda, algo muy costoso y actualmente imposible ante el cierre global de fronteras.

Por poner un ejemplo, 3.341 kilómetros separan Nauru de la ciudad australiana de Brisbane, de donde los viernes partía el único vuelo semanal que tras 4 horas y media de trayecto une Australia con esta república, uno de los países con menos visitantes del mundo.