Un lanzador no gana, pero siente la victoria del otro como propia. Sin su trabajo es casi imposible que el velocista logre el objetivo de cruzar primero la meta. Así como en las etapas de montaña un escalador necesita de gregarios que lo ayuden a subir, le lleven los alimentos y lo cuiden hasta el momento en que todo dependa de sus piernas, en las etapas llanas el escalador es el velocista y el lanzador, el gregario.

Cuando faltan un par de kilómetros para el final de las jornadas con llegada en plano, los hombres rápidos comienzan a acomodarse, a acelerar su ritmo con el objetivo de que aquellos que no tienen fuerzas se vayan quedando atrás. Ahí es cuando el lanzador toma protagonismo. En ese momento es el guía del embalador, que deberá seguir su rueda hasta cuando sienta que puede ser más rápido que los demás en los metros finales y así terminar con los brazos en alto.

A finales de 2015, cuando el equipo Quick Step Floors se fijó en Fernando Gaviria y lo quiso fichar para convertirlo en uno de los mejores velocistas del mundo, también pensó en la manera de lograr que su adaptación a la élite del ciclismo se diera de una manera rápida. Por eso contrató al experimentado ciclista argentino Maximiliano Richeze, quien había hecho recientemente un buen trabajo en el equipo Lampre, junto al velocista italiano Sacha Modolo. Además hablaba español, lo que le beneficiaba al colombiano.

Se entendieron de inmediato. “Fue bastante fácil trabajar con él y cada vez lo es más, porque es un corredor inteligente y que se sabe mover muy bien. Su gran velocidad hace más fácil mi labor, porque yo lo puedo hacer bien, pero si él no gana, lo que yo hago no sirve”, le dijo a El Espectador el argentino, que está en la Carrera Oro y Paz que se disputa hasta el domingo en territorio colombiano.

Richeze fue clave en las cuatro victorias que logró Gaviria en el Giro de Italia 2017 y este año espera serlo en el Tour de Francia, en el que el objetivo es que el antioqueño de 23 años se vista con la camiseta de líder en las primeras etapas de la competencia más importante del mundo. “Este año tenemos nuevas metas, más compromisos. Fernando es el velocista número uno del equipo y vamos a correr por él en las jornadas llanas. Los rivales serán Marcel Kittel, Marc Cavendish, Caleb Ewan y Peter Sagan, entre otros. Queremos demostrar que Fernando es el mejor embalador del mundo”, comentó el argentino, quien comenzó en el deporte como futbolista, pues fue centro delantero de un equipo aficionado de su natal Bella Vista. Sin embargo, terminó en el ciclismo porque la presión familiar lo llevó a cambiarse de disciplina a los 13 años, pues su padre y su hermano mayor fueron también pedalistas.

Lleva 20 años en el ciclismo y sus logros más representativos son el triunfo en dos etapas en el Giro de Italia 2007, además de dos medallas panamericanas, una de oro en 2012 y una de plata en 2015. Su máximo ídolo fue el italiano Mario Cipollini, uno de los mejores velocistas de la historia. Sonriente, dice que este deporte le ha dado más de lo que esperó y que, a pesar de haber nacido en un país en el que el ciclismo no es popular, logró conseguir el apoyo suficiente para tener una carrera destacada y hacer historia en Argentina.

En el equipo belga Quick Step Floors ha cumplido su misión, pero tiene claro que su labor no ha terminado, pues falta que Gaviria gane mucho más. “Me sorprende de Fernando su frialdad para correr y cómo se maneja en los momentos críticos. Nunca entra en pánico. Siempre está concentrado y eso lo ha demostrado en las carreras más importantes. Me trajeron para guiarlo y darle consejos, pero fue él quien nos terminó mandando a los más experimentados. Es un fuera de serie”, agregó.

Gaviria lo demostró en Palmira, al ganar ayer la primera etapa de la Carrera Oro y Paz, gracias, por supuesto, al trabajo de su ángel guardián, Maxi Richeze, del hombre que siempre le pone la línea de carrera.