Fueron a Filipinas a investigar el asesinato de al menos 8.000 personas, al parecer por policías. ¿Cuál es el enfoque de la investigación?

Es un reportaje en el que queremos reflejar lo que pasa en ese país. Escuchamos los dos lados, tanto los opositores como quienes apoyan al presidente Rodrigo Duterte, y escuchamos a muchas víctimas. Estuvimos durante siete noches, acompañamos a los night crawlers, un grupo de periodistas y activistas que están comunicados por radio con informantes en lugares estratégicos, y acudíamos al lugar donde se producían los asesinatos.

¿Qué encontraron?

Una escena que casi siempre era la misma: una familia llorando al lado de un muerto, unos policías investigando que curiosamente llegaban minutos después, como si ya supieran lo que estaba pasando, y el señalamiento de que unos forasteros misteriosos llegaron con pasamontañas, tumbaron la puerta, torturaron a la persona y mataron a la gente de tres o cuatro tiros en la cabeza.

¿Cómo llegó a la historia? ¿Influyó que tenga ascendencia filipina?

Un poco de todo. Me interesó mucho la historia por mi relación con Filipinas. Gracias a esas conexiones tuve acceso a personas muy estratégicas, como el jefe de la Policía, que no suele dar entrevistas. Además hablé con el director de Human Rights Watch de Asia. Y un productor local, amigo mío, me ayudó a conectarme con los night crawlers.

¿Qué tan difícil fue el idioma?

Yo hablo el tagalo, el idioma local, y eso me permitió hacer entrevistas más fluidas. Fue una ventaja.

¿Habló con el presidente filipino, Rodrigo Duterte?

Lo intentamos. Pero sí pudimos hablar con varios senadores de la oposición, ya que había tres grandes manifestaciones programadas a favor y en contra para el momento en que estábamos allá. También pensé en ese momento en internacionalizar un poco el producto de Caracol. Cubrimos mucho lo que tiene que ver con Colombia, pero muchas veces olvidamos que hay un mundo muy grande que deberíamos mirar, como Venezuela, Siria o Filipinas, para ver más allá de esa realidad que muchas veces nos absorbe.

¿Hubo censura en algún momento?

No. Si hay algo por destacar es que Filipinas es un país democrático y hay unas instituciones que se respetan. La prensa allá es muy dinámica. En Manila hay ocho diarios y cinco canales privados independientes, muchos de los cuales se manifiestan públicamente contra Duterte, con voceros de ONG que lo llaman psicópata, hasta el Hitler filipino. La censura no es tanta. De hecho, el mismo Duterte y la Policía querían que todo esto se mostrara, creería que para incitar miedo.

¿Llegan a concluir que el Estado sí está haciendo una limpieza social?

Sí. Hablamos con investigadores y defensores de derechos humanos, y algo muy importante es que las víctimas nos decían que creían que era la Policía. En dos de los casos vimos a los sicarios hablando con los policías. Una de las señoras reconoció los zapatos del hombre y ese testimonio es casi irrefutable. Es lo más cerca que se puede llegar a los hechos. Obviamente, escuchamos al director de la Policía asegurando que lo hacen como defensa. En la mayoría de los casos sí había una droga, que era shabú, una metanfetamina, pero en la mayoría no eran traficantes. En algunos casos todo parece indicar que eran personas inocentes señaladas por los líderes comunitarios o los sapos de los policías en cada barrio. Pero, independientemente de todo, fueron asesinadas sin un debido juicio y eso es repudiable desde toda perspectiva.

¿Encontró alguna relación de los casos con lo que ocurre en Colombia?

Era como estar acá. Ese nivel de toxicidad, de ira y odio es el mismo que se escucha de víctimas acá. El dolor de la mamá de un muerto no es diferente en ninguna parte del mundo. Asimismo, cuando se habla con los que apoyan a Duterte, muestran un nivel de frustración por la impunidad que es la misma de los colombianos, y al ver cómo ganó Duterte en Filipinas no es loco pensar que algo así pase aquí. La gente está cansada de la política tradicional. Ojalá no nos toque una persona como él aquí, pero hay una gran posibilidad de que alguien que no sea de la clase política tradicional, con intereses similares a los de Duterte, pueda ganar en Colombia.