El efecto más inmediato de la migración de más de un millón de personas a Europa el año pasado (este año suman más de 187.000) ha sido la clausura de los caminos de entrada más acostumbrados. La entrada por el Mediterráneo, que el año pasado recibió a más de 700.000 migrantes, es hoy el tapón de la migración: de atravesar hacia Italia o hacia Grecia, las autoridades tienen la capacidad de devolverlos a Turquía para que pidan refugio allí, tras el acuerdo firmado entre la Unión Europea y el gobierno de Recep Tayyip Erdogan. Y si tienen la rara suerte de entrar a Europa, los migrantes se encontrarán con vallas de metal extendidas en las fronteras de países como Hungría, Bulgaria, Grecia, Macedonia y Eslovenia.

En ese sentido, Europa es una suma de contradicciones: mientras Austria prohíbe la entrada de los migrantes por dos años (y un candidato ultraderechista se anuncia como el próximo presidente), Alemania crea programas de integración en los cuales los asilados aprenden el idioma y conocen la cultura alemana para tener mayores posibilidades a la hora de encontrar un empleo.

Las paradojas se acumulan cuando los datos económicos se revelan: en Francia, los salarios de los nativos aumentan entre 2 % y 3 % gracias a la llegada de migrantes (que ocupan las plazas más bajas del mercado) y, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones sobre el Mercado Laboral en Alemania, su arribo ha creado decenas de miles de empleos en campos como la educación, donde aumentaron en 27 % los profesores que enseñan alemán. Su llegada impacta de manera positiva sectores como la construcción, la asistencia social y la vigilancia.

Ese efecto de cierre se trasladó ahora a América Latina. Los cubanos que desean llegar a Estados Unidos toman una ruta que parece complicada: viajan a Ecuador (que hasta hace un tiempo no les pedía visa) y de allí suben por tierra hasta Norteamérica, atravesando Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Honduras. Pero dicha migración comenzó a ser presionada, primero, cuando el gobierno de Ecuador decidió aplicarles un visado el año pasado y, luego, cuando Nicaragua decidió poner un candado en su frontera. El número de migrantes entonces fue tan grande que los países de paso no pudieron resistir el flujo con sus servicios sociales. El ministro de Exteriores de Costa Rica, Manuel González, anunció también que ningún migrante cubano irregular entrará a su país. Y ahora es el presidente panameño, Juan Carlos Varela, quien ha dicho que tomará medidas para no seguir facilitando esta “ruta irregular migratoria”. Es decir, quien quiera tomar esta ruta quedará bloqueado, con suerte, en la frontera colombiana.

En Panamá están varados hoy cerca de 3.500 migrantes cubanos que esperan pasar a Costa Rica, que no cede y por cuyos territorios pasaron más de 8.000 entre noviembre de 2015 y marzo de este año.