Por convicción y necesidad, Yerry Mina trabajaba cuando niño en la plaza de mercado de Guachené (Cauca). Porque aprendió desde muy pequeño que hacerlo dignifica al hombre y porque necesitaba el dinero para poder ir a la sede del Deportivo Cali para entrenar cuando estaba a prueba en el conjunto azucarero. Cargaba mercados, pesadas bolsas para su débil cuerpo. Delgado, alto, con los pies curtidos por jugar descalzo en la tierra, Yerry sólo pensaba en el fútbol. Y en la familia, y en ayudar a su mamá y a sus hermanos, y a los demás. Una vocación altruista fundada en la necesidad, en dar así no se tenga para uno mismo.

En el Cali no lo quisieron, a América no fue por un insolente que quería engañarlo y quedarse con la totalidad de sus derechos deportivos, y por eso llegó al Deportivo Pasto, con la fama de ser el niño de los guayos remendados, pero con el talento de cabecear mejor que todos, de salir jugando sin presiones, de tener la calma y la frialdad de un buen defensor central, de reflejar veteranía a pesar de su juventud. Esa fue siempre su forma insólita de asumir las cosas, de superar los miedos, de andar siempre con la cabeza agitada por tener un huracán de ideas cuando le llegaba la pelota a los pies.

Los apuros económicos, el no tener, lo hicieron llorar, en silencio cuando pensaba en su mamá durante los entrenamientos, sin cohibirse en las noches cuando recordaba la poquedad de todo que sufría su familia. “Trabajaba muy duro para que a ellos no les faltara nada”. La triste causa motivando al alegre hombre, al extrovertido, al que se colgaba de la parte trasera de las tractomulas para no tener que pagar un pasaje y llevar más dinero a la casa.

Mina sólo necesitó de alguien que creyera en él para poder responder. Y Santa Fe lo hizo, mucho después de que Millonarios se negara a tomar el riesgo de contratarlo, por no tener visión. Se consolidó y sus cualidades fueron aumentando, como las personales, porque a medida que tuvo dio más, sin pesares, siempre ayudando a su gente, a su sangre. Yerry se volvió un defensor como pocos, fuerte cuando tiene que serlo y delicado con la pelota. Además, rápido, inteligente y con un entendimiento del juego en sí que lo hace ir un paso adelante de sus rivales, de saber qué van a hacer con anterioridad. En otras palabras, la capacidad de pensar más rápido.

Porque el fútbol nace desde ahí, desde el defensor que pone a jugar a sus volantes y así sucesivamente hasta llegar al delantero. Ser el primero en tocar la pelota y el último cuando el oponente ataca. Por lo anterior y de seguro muchas cosas más, el Barcelona, uno de los mejores clubes del planeta, lo quiere en sus filas, lo lleva buscando unos cuantos meses. Porque esa lealtad definitiva a sus raíces, a su tierra, y la capacidad que tiene como zaguero hacen la combinación perfecta para un club que desde su cantera (La Masía) intenta promover valores dentro de la cancha, que sus jugadores sean primero buenas personas para ser luego buenos profesionales. La técnica la tiene, las ganas también. Personalidad le sobra, al igual que desborda aires de sencillez. Una combinación imponente que tiene al equipo que todos quieren detrás del que muy pocos han podido tener.