Un viernes por la noche hace algunos días, el cuarto piso del hotel Red Roof Inn parecía una calle de la ciudad, dado que todas las familias habían salido de sus habitaciones al pasillo. Las puertas estaban abiertas. Los perros chihuahua se escabullían por la alfombra y un grupo de adolescentes se había apropiado de un espacio frente a los elevadores, con un altoparlante del que brotaba música hip-hop.

Al final del pasillo, en una habitación con una ventana que enmarcaba el domo del Capitolio estatal como si fuera una postal, el marido de Janette Febres y su hijo de 12 años miraban televisión en la cama que los tres han estado compartiendo desde hace ya casi tres meses; era el final de un día tan vacío e inquietante como muchos de los anteriores.

Vivían hacinados y la habitación no contaba con microondas ni refrigerador. Janette le había pedido a la mucama que dejara de hacer el aseo para tener algo en qué ocupar su tiempo. A pesar de todo, estaba agradecida; la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias de Estados Unidos (FEMA, por su sigla en inglés) pagaba su habitación, al igual que las de muchas otras familias en el hotel. En medio del caos que ha prevalecido en casi todos los aspectos de la vida de su familia desde su salida de Puerto Rico tras el huracán María, la habitación era la única cosa que parecía estable.

“Para nosotros, este es nuestro hogar”,, dijo.

Sin embargo, le preocupa cuánto tiempo más continuará la ayuda.

La desesperación que siguió a la devastación causada por el huracán María y la vacilante respuesta oficial han causado incertidumbre entre muchos puertorriqueños en todo el país. Algunos de los que dejaron la isla para dirigirse a tierra firme estadounidense ya regresaron a sus casas, mientras otros han echado raíces en sitios nuevos debido a que encontraron empleos y han conseguido viviendas permanentes.

Sin embargo, miles de familias permanecen en el limbo y han tenido que depender de las habitaciones de hotel que proporciona la FEMA, mientras deciden si regresar o seguir adelante en otra parte. Muchos de los que se encuentran en hoteles han dicho sentirse confundidos sobre si sus casos siguen vigentes, y están preocupados porque no saben si podrán quedarse en esas habitaciones en vista de que la fecha límite está cada vez más cerca: para algunos, el límite es esta semana.

“Estoy en ascuas”, dijo Wanda Arroyo, de 56 años, quien ha estado viviendo en un hotel en Queens, Nueva York. “He llegado al punto de no levantar la correspondencia que deslizan debajo de mi puerta por miedo a que algún sobre diga que me están echando”.

Casi 4000 familias diseminadas en 40 estados y en Puerto Rico permanecen en hoteles gracias al programa de Asistencia de Alojamiento Transitorio de la FEMA, según funcionarios federales. La mayoría de las familias —más de 1500— habían sido alojadas en Florida, mientras que cientos más fueron repartidas en Connecticut, Massachusetts y Nueva York. Más de 800 están en hoteles de Puerto Rico.

La mayoría de las estadías se han extendido hasta el 20 de marzo, pero a cerca de 200 familias ya se les informó que la FEMA cesará los pagos a partir del miércoles 13 de febrero. La agencia ya dejó de brindar asistencia el mes pasado a algunas familias después de que los funcionarios federales determinaran que sus hogares en Puerto Rico ya eran habitables y contaban con servicios públicos.

La FEMA sostuvo que estaba analizando las apelaciones de aquellos a los que se les ha negado seguir recibiendo asistencia y agregó que era posible que el programa siguiera después de marzo si los funcionarios puertorriqueños consideraban que todavía era necesario. No obstante, los funcionarios de la agencia enfatizaron que se suponía que el programa —que también se usó para apoyar a las familias desplazadas por los huracanes de Texas y Florida— era a corto plazo.

“Este es un puente hacia otras soluciones a largo plazo”, declaró el vocero de la FEMA, William Booher, y añadió que “los sobrevivientes son responsables de su propia recuperación y de buscar activamente soluciones permanentes de vivienda”.

Algunos a quienes les dijeron que sus hogares eran habitables no estuvieron de acuerdo, como Janette, quien argumentó que su casa necesitaba reparaciones considerables. Otros dijeron que tenían problemas para obtener una respuesta clara de la agencia sobre el estado de su caso.

La situación ha sido un recordatorio de cómo continúa prolongándose la devastación provocada por la tormenta cinco meses después de que el huracán María arrasara la isla. Las familias en los hoteles han sido parte de un éxodo, mientras Puerto Rico lucha para recuperarse. Los investigadores han proyectado que, para el año próximo, cerca de medio millón de personas se habrán ido de Puerto Rico a tierra firme estadounidense a causa del huracán.

Todavía no se sabe dónde acabarán las familias que se encuentran en los hoteles.

En la recepción del hotel Hartford, una mujer comentó que su hija había conseguido un trabajo de enfermería y que su familia estaba buscando un apartamento. En otros huéspedes se percibía una sensación de agotamiento debido a la angustia por lo que podría sucederles. No les había ido bien en las entrevistas de trabajo o la barrera lingüística había dificultado que encontraran uno. Otros sencillamente se sentían perdidos a medida que transcurrían las semanas sin poder hacer demasiado. Cuando Janette necesitaba ir a la tienda, su familia caminaba los casi cinco kilómetros hasta el Walmart solo para quemar energías.

Muchos todavía no se recuperan del trauma que se ha profundizado desde la tormenta.

A Arroyo la llevaron a la ciudad de Nueva York el 15 de noviembre y pasó semanas con una tía antes de registrarse en un hotel en Corona, Queens. Padece varias enfermedades, entre ellas, diabetes y depresión. Necesita una silla de ruedas y ha perdido la visión del ojo izquierdo, que está cubierto por un parche de gasa de color blanco colocado sobre sus gafas de lectura.

Después de la tormenta y antes de la evacuación a Nueva York, Arroyo estaba principalmente confinada a la cama de su casa en Ponce, bajo los cuidados de la viuda de su padre. En medio del calor sofocante, temía que sus heridas se infectaran. Tuvo tanto miedo que hasta escribió un testamento e instrucciones para que cremaran sus restos en la parte posterior de una fotografía de sus padres, que aferraba entre las manos mientras dormía.

“No sé cómo sobreviví”, dijo.

Rick Rojas reportó desde Hartford y Luis Ferré-Sadurní desde Nueva York.