Aunque perdió la batalla electoral frente a Donald Trump, la congresista Liz Cheney afirmó el que encabezará una lucha probablemente solitaria y peligrosa para impedir la vuelta del multimillonario al Salón Oval de la Casa Blanca.

Ser vocera de los republicanos anti Trump y copresidenta del comité parlamentario que investiga la responsabilidad del expresidente en el asalto al Capitolio del 6 de enero la privó de un nuevo mandato en el Congreso estadounidense.

En el Parlamento, Cheney, de 56 años, representaba a Wyoming, el estado menos poblado del país, conocido por sus mesetas en las que se grabaron varias películas de vaqueros, y porque el 70% de los sufragios en las presidenciales de 2020 fueron para Trump.

No importó que la hija del exvicepresidente Dick Cheney fuera abiertamente antiaborto o favorable al derecho a las armas.

“Hace dos años gané esta primaria con 73% de los votos. Habría podido fácilmente volver a hacer lo mismo”, estimó la congresista conocida por su tono marcial y a veces escolar, rodeada de sus prójimos en la ciudad montañosa de Jackson.

“Pero eso habría exigido que respalde la mentira del presidente Trump acerca de las elecciones de 2020, (…) Era un camino que no podía ni quería tomar”.

Sancionada

Tras perder la primaria contra una allegada a Trump, Cheney se comprometió a hacer “lo que sea necesario” para evitar que el magnate vuelva a ser presidente, cuando este parece cada día más cerca de anunciar una nueva candidatura.

¿Esta cruzada pasará por un cambio de partido?, ¿por una postulación a la elección presidencial de 2024? La congresista no dio más indicios al respecto al martes.

Pero en su cruzada contra el nacionalismo exacerbado y la retórica populista que llevó al poder a Trump, Cheney está por ahora muy sola.

Solo otro republicano, el congresista Adam Kinzinger, que no se presenta a la reelección, aceptó formar parte de esta comisión.

Sus compañeros se refieren a ambos con el apodo muy peyorativo de “RINOs” (“que de republicanos solo tienen el nombre”).

Cheney procede de una derecha tradicionalista y en el pasado militó en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo pese a tener una hermana lesbiana. Además no niega sus posiciones muy conservadoras, especialmente en el plano económico.

Pero para los partidarios de Trump, encarna a la élite de Washington denostada por el expresidente, que fustiga a los políticos de carrera con los que los activistas ya no se identifican.

Derecha tradicionalista

La congresista, de una familia con un largo pasado político, solía acompañar a su padre Dick Cheney, elegido congresista por Wyoming de 1979 a 1989, antes de convertirse en secretario de Defensa de George H. W. Bush y más tarde en vicepresidente de George W. Bush.

Licenciada en derecho por la Universidad de Chicago, se incorporó al banco International Finance Corporation antes de ocupar varios puestos en el Departamento de Estado, especialmente en Oriente Medio.

Está casada con Philip Perry, abogado de un famoso bufete de Washington, y tiene cinco hijos. En 2014 probó suerte por un escaño en el Senado y en 2016 ocupó el de su padre en la Cámara de Representantes.

Hasta que en junio, la congresista dijo a sus colegas conservadores que se exponen “a la deshonra” si siguen a ciegas a Trump en su cruzada contra las elecciones que afirma, sin pruebas, le robaron.

“Esta noche digo a mis colegas republicanos” que “llegará el día en el que Donald Trump se irá, pero vuestra deshonra se quedará”, les soltó entonces, muy seria, al señalar que la “defensa de la Constitución estadounidense” merecía poner a su carrera en la balanza.