Llueve en Piacenza y mientras a algunos ciclistas les cuesta bajarse del bus para ir a la firma de planilla, otros disfrutan del agua, el frío y el cielo encapotado en la región de Emilia-Romaña. Y se motivan como lo hacía Gino Bartali, el hombre de la fatiga, que corría mejor en condiciones adversas y luego de fumar un par de habanos. Al lado de los carros del equipo Bike Exchange, Matt White, el director deportivo, atiende a dos periodistas ingleses.

Y se le escucha: “La mente es la fuente principal de energía, pero también te la puede quitar toda”. Lo dice por Simon Yates, el británico que en par ocasiones ha dejado la sensación de ser muy fuerte y a la vez frágil como cualquiera. Yates toma la bicicleta y esboza una sonrisa pícara, astuta.

Como buen inglés, está acostumbrado a este clima. Y se emociona pensando en que el pronóstico garantizará gotas a lo largo del camino, en la persistencia de la llovizna y lo incómodo que puede ser si se transforma en aguacero. White lo mira y con un aire meditabundo exclama: “La lección está aprendida. De hecho, se aprendió muy rápido”.

El entrenador hace referencia al Giro de 2018, a Yates vestido de rosa y a las tres victorias de etapa. El británico no controló los impulsos y temeroso de lo que podía suceder en la contrarreloj de la jornada 16, atacó cuando la carretera se empinó. Y lo hizo con tanta firmeza que los demás lucieron débiles a su lado.

En el prado alpino de Campo Imperatore, pedaleando con cabeza, torso y hasta los brazos, superó a Thibaut Pinot y a su compañero Esteban Chaves en el último repecho. Dos días después, en las calles empedradas de Osimo, tuvo más fondo que Tom Dumoulin y sumó su segundo triunfo. Pero no paró ahí.

En un pico de forma impresionante, Yates arribó por detrás de Chris Froome en el legendario Zoncolan y luego, entre Tolmezzo y Sappada, salió a 17 kilómetros de la meta y cruzó primero, 42 segundos por delante de Miguel Ángel López.

Y ser una máquina con poco sentido sobre la bicicleta le pesó más adelante, cuando era el momento de pelear y él, por pensar en el ahora y no en el mañana, se fundió. Un muy buen motor con un tanque de gasolina muy pequeño.

En la etapa 19, con llegada en Bardonecchia, el Sky (hoy Ineos) vio que Yates venía tomando bocanadas de aire, apretó el paso y Froome no solo ganó, sino que se puso la Maglia Rosa. El inglés, el otro, perdió 38 minutos y 51 segundos y, errante y nostálgico, se despidió de sus opciones de levantar el trofeo Senza Fine.

Un año después, en 2019, Yates regresó al Giro sin pausa y sin duda. Pero en esta ocasión las palabras previas fueron condenatorias, y no se desempeñó como el favorito que dijo ser en la previa, y tampoco se vio con la fuerza que pregonó con tanta seguridad. En esa edición, la batalla fue entre Primoz Roglic, Vincenzo Nibali y Richard Carapaz, que al final fue el campeón luego de asumir el liderato en la etapa 14. A Yates solo le dio para ser octavo, a 7:49 del mejor.

Entonces, para resumir, en 2018 se le vació el depósito, el de fuerza y adrenalina, y en 2019 ni siquiera lo llevaba tan lleno como creía. Y para completar una relación tormentosa con el Giro, en 2020, el primer año de la pandemia, se retiró por COVID-19 luego de una prueba rápida que dio positivo y la confirmación de la noticia con una PCR. El 9 de octubre terminó la séptima jornada con fiebre y el 10 no tomó la partida. Fue aislado y se convirtió en el primer ciclista en contagiarse durante una carrera (todo el equipo dio negativo).

Una lección estudiada

Yates repite en la zona mixta que lo del Giro de 2018 quedó superado con el título de la Vuelta a España el mismo año, que lo de 2019 fue el ciclismo mismo que lo llevó por donde no se esperaba y que lo de 2020 estaba fuera de sus manos.

Con toda entereza, pero con el orgullo de quien ya tiene una grande en su haber, responde que el Giro no es que sea maldito para él, solo que para cualquier cosa en la vida se necesita una dosis de suerte. “Hay que ir con calma, pausado y muy atento a lo que los demás puedan hacer. He madurado y he entendido que para llegar primero no siempre hay que atacar”.

Cuando apenas la montaña está empezando en esta edición 104, le preguntan por el colombiano Egan Bernal, el belga Remco Evenepoel (que asombra a todos por ascender con plato grande) y el local Vincenzo Nibali, los rivales a los que La Gazzeta dello Sport dedica páginas de análisis, de sumas y restas.

“Que ellos sean vistos como los favoritos. Yo prefiero ser prudente, pues las lecciones del pasado me han curtido sin importar el cómo, el cuándo y el dónde”. El mejor hermano de los gemelos Yates (Adam está en el Ineos) tiene ahora la paciencia que se forja con los lamentos, y los vatios, pulsaciones y demás datos que se necesitan para pelear una prueba de tres semanas. Ya dependerá de él y de su Bike Exchange, claro, qué tan lejos pueda llegar esta vez.

Por: Camilo Amaya