Casado con Cuba y «padre» de todos los cubanos y de la Revolución, Fidel Castro tuvo también una familia a la usanza que fue casi secreto de Estado mientras comandó la isla y que ha permanecido en un discreto segundo plano desde que se difundió su muerte el pasado 25 de noviembre.

El exmandatario deja viuda, Dalia Soto del Valle, al menos siete hijos y un buen número de nietos. Y también a su hermano, Raúl Castro, al frente de Cuba.

Antes estuvo casado de 1948 a 1954 con Mirtha Díaz-Balart, con quien tuvo a su primogénito, Fidel (1949); tiene una hija ilegítima, Alina (1956), de su relación con Nati Revuelta, y de esa década se le atribuyen otros dos hijos de relaciones fugaces, Francisca Pupo y Jorge Ángel Castro.

Fue Raúl, el presidente cubano, el responsable de anunciar al pueblo de la isla la muerte de Fidel, y ha sido él la única cara visible de la familia Castro durante los días posteriores, cuando se sucedieron las honras fúnebres que se prolongarán hasta el domingo 5 de diciembre en que el comandante será enterrado.

Así, el hermetismo que impuso Fidel a todo lo relacionado con su vida familiar se ha prolongado incluso después de su muerte.

En contraste con el desolado y «huérfano» pueblo cubano, no hubo apenas imágenes de viuda e hijos dolientes, y ni siquiera la prensa estatal hizo la más mínima mención de ellos en el torrente de información publicado tras la muerte del exmandatario.

Él mismo explicaba en el documental «Fidel» (1999 y 2001), de la cineasta estadounidense Estela Bravo, que mantener esa privacidad fue una decisión personal porque prefería no mezclar la política con los problemas íntimos personales.

Pero existe otra razón, menos prosaica que la alegada por el barbudo comandante, por la que su esposa e hijos han permanecido en la sombra, alejados de los focos: la seguridad.

Sus seres más queridos representaban también el talón de Aquiles para un hombre bajo permanente vigilancia de sus enemigos, que intentaron liquidarlo en más de 600 ocasiones con planes a veces estrambóticos de los que Fidel logró salir indemne.

Por eso, nadie hablaba en Cuba de esa familia: habría supuesto revelar el flanco vulnerable del comandante de la Revolución.

Tocar ese tema era impensable para todo cubano, porque a los comprometidos con la Revolución no se les habría ocurrido poner en riesgo a la «primera familia», mientras que a los no tan afines les habría traído problemas si el atrevimiento llegaba a oídos de los omnipresentes servicios secretos de la isla socialista.

Pero no hay secreto eterno, ni siquiera en Cuba. Los isleños tardaron décadas en ponerle cara a la mujer con la que compartía su vida quien rigió los destinos del país durante casi medio siglo, pero acabó ocurriendo.

Unos cinco años antes de que Fidel Castro dejara el poder, el manto de misterio que arropaba a su familia se descorrió -se filtraron unas fotos- para mostrar a una mujer rubia, de ojos verdes y porte delicado.

Era Dalia Soto, la maestra con la que el exgobernante se unió en torno a 1961 y se casó hacia 1980, madre de cinco de sus hijos: Alexis (el mayor y nacido en octubre de 1961), Alexander (1963), Antonio (1969), Alejandro (1971) y Ángel (1974).

A algunos de esos hijos se les vio mezclados entre la gente en el homenaje popular tributado a Fidel durante dos días en La Habana, pero ninguno habló con la prensa.

Se sabe que Antonio es médico, y que Alexis y Alex han desarrollado sus carreras en el campo de la informática. Este último, además, ha sido el fotógrafo «oficial» de su padre desde que dejó el poder.

Las fotos de Alex Castro tomadas en la residencia familiar cada vez que Fidel, ya jubilado, recibía a alguna visita ilustre han sido auténticas pruebas de vida para rebatir los frecuentes y falsos rumores de que el comandante había muerto.

En muchas de ellas aparecía, ya con naturalidad junto a su marido, Dalia Soto como anfitriona de las visitas.

La retirada del poder trajo consigo una normalización y también permitió a los cubanos asomarse a la faceta más íntima y cotidiana de un hombre que colgó el uniforme militar para pasarse a cómodos chándales.

Aquellas fotos ofrecían pinceladas de su casa despejando otra incógnita: ¿vivía Fidel rodeado de lujos, poseedor de una vasta fortuna, o es cierto que su austeridad rozaba lo espartano y la imponía también a su entorno, sin tolerar ningún tipo de ostentación?.

Ni lo uno, ni lo otro. Las imágenes no mostraban ostentación y sí un entorno sencillo, acogedor, con muebles clásicos cubanos. Una casa «normal» para un hombre que forjó una vida fuera de lo común.