“El tiempo se está agotando” puede ser la frase que defina el año 2020 para todo el mundo. Por delante no solo se encuentra la actual emergencia sanitaria y económica que ha dejado la pandemia del coronavirus o la amenaza latente de los efectos del cambio climático que cada vez son más notables, sino que ahora se ha sumado a la lista de preocupaciones globales un viejo conocido: la carrera armamentística nuclear.

El pasado viernes se produjeron dos grandes noticias en Estados Unidos, mientras el país rozaba los 100 mil muertos confirmados por COVID-19. En la mañana, el gobierno de Donald Trump se retiró del Tratado de Cielos Abiertos, un pacto de 1992 que permitía a los gobiernos firmantes realizar vuelos de observación en los países miembros del tratado para asegurarse de que no estuvieran preparando ataques militares.

La del viernes es la tercera renuncia del presidente estadounidense a un pacto de control de armas, pues ya se había salido del Acuerdo Nuclear de 2015 firmado con Irán y el Acuerdo Sobre Armas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por su sigla en inglés). Esto -sin mencionar algunos de los desplantes del republicano en otras áreas como la salida del Acuerdo de París- exhibe cuán obstinada y peligrosa puede ser la política exterior de Trump basada en “Estados Unidos primero”.

En la noche, para rematar, llegó el segundo baldado de agua fría. The Washington Post señaló en un reportaje que altos funcionarios del gobierno Trump estarían pensando en reactivar las pruebas nucleares por primera vez en tres décadas, lo que sirvió para incrementar la tensión entre las potencias nucleares, como Rusia y China. ¿Por qué todo esto ahora?

La respuesta tiene varias aristas, pero su núcleo es evidente: tiene una intención electoral, según expertos de Foreign Affairs. Ahora Trump debe afrontar su carrera a la reelección sin los logros económicos de los que se ufanaba antes, pues el país está en recesión. Por ello, la política exterior vuelve a ser una carta de presentación para venderles a sus electores.

Una de las principales promesas de la campaña de Trump en 2016 fue la de reinventar las relaciones de seguridad del país, haciendo especial énfasis en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba y ahora China. Para reformar todo a su antojo, Trump se ha salido de todos los acuerdos posibles y ha usado tácticas de presión sobre sus opositores para renegociar acuerdos y presentarlos como un éxito de su gobierno. Pero hasta ahora ha logrado poco con ello.

Su acuerdo de paz con los talibanes solo recrudeció la violencia en Afganistán; su plan de paz para Oriente Medio, rechazado por los palestinos, está destinado al fracaso, según expertos en política internacional; Nicolás Maduro continúa aferrado en el poder en Caracas, y sus amenazas a Teherán solo han conseguido impulsar al gobierno de este país para reanudar sus actividades nucleares. Esto sin contar con que el diálogo con el norcoreano Kim Jong-un permanece suspendido y que el acuerdo comercial con China permanece sumido en el caos.

El último acuerdo de gran envergadura que le queda a Trump por negociar es el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III), el cual vencerá en febrero de 2021. Este es un pacto firmado entre los gobiernos de Estados Unidos y Rusia en 2010, por el cual se dio por terminada la denominada Guerra Fría y en el que las partes se comprometen a reducir su arsenal nuclear en dos tercios.

Hasta ahora Trump ha sido reacio a negociar este tratado y le ha impuesto condiciones casi inaceptables a Rusia para continuar con el diálogo, todo esto porque está buscando que China, quien históricamente no era parte de estos tratados, sea incluido en las conversaciones y en el nuevo documento. La salida del Tratado de Cielos Abiertos y la presunta reactivación de las pruebas nucleares serían entonces un método de presión de Washington para Moscú con el fin de que Rusia ayude a convocar a China a la mesa de diálogo.

Pero las intenciones de Trump sobre la renegociación del START III son extremadamente ambiciosas, pues China ha dejado en claro, a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores, que no tiene intención de unirse a una conversación trilateral.

“La demanda de que se convierta en un tratado trilateral ampliado es una píldora venenosa. O en el mejor de los casos, una acción dilatadora. Incluso sin que estuviera el COVID-19 no habría una posibilidad realista de concluir un tratado trilateral que incluye temas nunca cubiertos en ningún tratado para los próximos seis meses. La posibilidad se reduce de cero a menos de cero”, le dijo Thomas Coutryman, oficial de control de armas del Departamento de Estado, a Foreign Policy.

Considerando que las elecciones son en noviembre, al gobierno Trump le quedan escasos seis meses para negociar un nuevo tratado con Rusia, o dejar que este expire por su cuenta. A Barack Obama le tomaron nueve meses sentar las bases para la firma del pacto, por lo que el panorama no es alentador. La disputa entre Trump y China crece a un ritmo alarmante para el mundo, mientras el tiempo se agota para firmar los acuerdos que preserven el equilibrio y la tranquilidad en materia de seguridad. Desde Beijing, el consejero del Estado de China, Wang Yi, ha señalado que las relaciones entre los dos países se encaminan a un deterioro de tal punto que podemos estar hablando de una “nueva Guerra Fría”. La retórica entre ambas naciones se eleva cada vez más de tono, mientras el START III resulta como el gran sacrificado.