La fe

No es una broma ni una hipérbole. El pastor Steven Harmantas, de la iglesia comunitaria de Lakeview, en el noreste Illinois, habló en serio y a nadie le dio risa con sus palabrotas:

Estoy alarmado.

Vivimos en una era donde… el bien es llamado el mal y el mal es llamado el bien.

Decir la verdad se considera como un discurso de odio. (…) La predicación bíblica ungida y ferviente es vista como una táctica de miedo. Está bien para un creyente votar por una candidata presidencial demoníaca, mentirosa, retorcida y sanguinaria, que cree que está bien abortar a un bebé incluso al punto del nacimiento.

Podría seguir, pero creo que ya captaron la idea.

Amén, amén, amén, respondió la gente. Pero Nia Grosche, “nacida y criada como cristiana” “I’m born and raised christian”, dice ella, no le hizo caso a los sermones de su pastor. El día de la elección llegó y se convirtió en una más entre los cerca de 90.000.000 de estadounidenses que no votó. “No me sentía lo suficientemente informada para tomar una decisión. Mi mamá votó por Trump, motivada por lo que mi pastor nos dijo en la Iglesia, pero no estoy segura de que supiera lo que estaba haciendo”.

Grosche tiene 22 años y nació en una familia grande. Sus padres son separados y, al igual que sus seis hermanos, trabaja y estudia para encargarse de sus gastos. Trabaja medio tiempo en una oficina, muy normal, muy propia de los Estados Unidos corporativos, haciendo tareas logísticas, en un horario apretado que cuadra con sus clases en Trinity, la universidad cristiana de la zona. Por empresa normal, se entiende aquí una empresa con el “top sales of the month”, el vendedor del mes en español, y con servicio al cliente 24/7 que hace que sea necesario subcontratar empleados en India, para que trabajen en los horarios nocturnos, pero, sobre todo, para pagarles en su moneda local y así ahorrarse mucho dinero.

Pese a odiar la ciudad, pues vive en un suburbio ubicado a una hora de Chicago, pese a nunca conducir en horas pico y pese a guardar su virginidad hasta el matrimonio, la vida de Grosche es bastante agitada en su propia manera. “No me queda tiempo de leer sobre política y, para tomar una decisión como esta, hay que leer mucho. Mi pastor dijo que había que votar por Trump, pero algunas cosas que Donald Trump dijo durante su campaña no me parecieron cristianas. Los medios tampoco presentan toda la verdad. Era necesario investigar”.

La reflexión de Grosche cobra mucho sentido al ir con ella de compras a las 6 p.m. A la entrada de Walmart, el supermercado de cadena más famoso del país, una muchacha con los ojos en la espalda saluda diciendo “welcome to Walmart”, y da la sensación de que los robots ya se tomaron a Estados Unidos. Es apenas lógico que en el país que le heredó al mundo la rutina de la producción, pero sin la producción (porque sólo ellos siguieron produciendo mientras el resto, nosotros, entregamos la materia prima y expulsamos la mano de obra no capacitada), las personas no tengan tiempo de formarse políticamente. De verdad no les queda tiempo. Nía no tuvo chance para intelectualizar nada, porque toca vender; pues, así no trabaje directamente en ventas, un minuto de distracción puede costarle muchos dólares a su empresa. “Pensé que lo más inteligente era hacerme a un lado. Después me sorprendí con los resultados. Todo mi Facebook, con excepción de mis amigos cristianos, iba por Hillary Clinton. No sé qué pensar”.

La inocencia

Pepe Vargas, colombiano de La Mesa (Cundinamarca) y director de la fundación cultural que organiza el Festival de Cine Latino de Chicago, cree, después de 30 años en Estados Unidos, que el resultado fue una gran sorpresa, incluso para quienes votaron por Trump: “Hay que entender que los americanos no discriminan por gusto, no lo hacen a propósito, es simplemente natural, ni siquiera saben que están discriminando”.

La opinión de Vargas se parece a la del cineasta Michael Moore cuando dijo que los votantes de Trump no eran racistas o malas personas, sino desdichados. Trump les dio en el clavo de la desazón. Moore, quien vaticinó que Trump ganaría las elecciones, dijo: “Millones de estadounidenses van a votar a Trump, no porque les guste la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque pueden. Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y a mamá”.

Así le pasó a Cameron Witbeck, nacido en Michigan y quien actualmente vive y trabaja en Illinois: “Yo me encontré siendo víctima de un pensamiento culposo: ‘Si gana Hillary, no sería divertido’, pensé muchas veces. Luego, cuando Trump ganó, vino toda la culpa por ese pensamiento”.

“La pobreza en Estados Unidos es una cosa muy seria”, dice Pepe. “Uno cree que no, pero lo es. Hay zonas del sur de Estados Unidos terriblemente áridas, que podríamos comparar con La Guajira. Los americanos pobres no sólo son pobres, sino también obesos y diabéticos. Tienen razones de peso para estar inconformes”.

Lo dice con pesar, pero también con algo de ironía. “Como latino, no me preocuparía tanto. Yo trabajé seis años de ilegal, en los 80, durante la presidencia de Reagan y nunca me pasó nada. No existe una policía secreta de inmigración. Incluso, así Trump quiera, los mismos americanos no van a permitirlo. No por su buen corazón, sino porque los necesitan en sus empresas. Nadie les va a trabajar en esas construcciones, pegando ladrillos, con temperaturas del invierno, en condiciones tan terribles y con sueldos tan miserables. Ni siquiera los negros, que son lo más bajo en su escala social, están dispuestos a suplir el trabajo de la mano de obra indocumentada”.

Para entender a Pepe hay que devolverse un poco. Años atrás, después de haber emigrado primero a Buenos Aires, para estudiar derecho, sintió que le llegaba el momento de aprender inglés. Salió de Suramérica y aterrizó en Los Ángeles. Trabajó como todos los latinos de clase media que creen que pueden encontrar el sueño americano, sin convertirse en el cliché del latino, pero que igual terminan sirviendo en restaurantes, sin importar su bagaje académico o profesional. “No importa nada. Si eres latino, de una vez te asocian a ese tipo de oficios”. Así lo hizo y sacó adelante su segunda carrera en periodismo digital.

Aun siendo estudiante, publicó con su firma un artículo en el Chicago Sun Times, que para la época era uno de los periódicos más importantes del país. “Los americanos no podían creerlo. Cuando les llegó el periódico y vieron mi firma, me empezaron a mirar distinto. Incluso me ascendieron”. Sin embargo, aunque Pepe sabe bien lo que es la discriminación en Estados Unidos, la elección de Donald Trump lo sorprendió. “En mi trabajo estábamos comentando que no conocemos a nadie que haya votado por Trump. Hillary ganó en Illinois y eso pasa porque Chicago tiene un pasado político muy ligado a los valores liberales”.

La depresión

Desde el 9 de noviembre, en Chicago se organizan manifestaciones para protestar contra los resultados, que se suman a la cadena del descontento callejero que ha puesto a marchar multitudes en ciudades como Nueva York y San Francisco. “La elección de Trump me duele en el corazón”, dice Pablo Gammeri, estadounidense con ascendencia italiano-argentina. Semanas atrás, había tenido una conversación acalorada con su cuñada.

—Dime que no te gustan los mexicanos y podré respetarte un poco más. Dilo. “No me gustan los mexicanos”. Dilo así. Porque tu voto por Donald Trump significa exactamente eso. Si hubiera sido por personas como tú, yo no estaría aquí, mis padres no habrían venido a Estados Unidos y tus sobrinos no existirían— le dijo Gammeri.

Ella, al ser fiel al discurso del magnate, le respondió explicándole lo importante que es “traer a América de vuelta”. Para la cuñada de Gammeri “Bring América Back”, el lema de campaña de los republicanos en 2016, habla del esplendor económico. En el contexto del pastor Steven, “Bring America Back” habla de Dios y de la iglesia, de rescatar Estados Unidos del pecado. Ese es el poder del marketing político y la ambigüedad contundente del inglés.

—Estoy deprimido, asustado, inseguro. Siempre supe que Estados Unidos era un país racista, pero no así de racista. Lo suficiente racista y xenófobo como para elegir a este hombre como presidente— dice Henry Rentas, nacido en Chicago, con abuelos puertorriqueños.

Sin embargo, pese a la depresión, la misma que se les nota en Walmart después de las 5 p.m.; la depresión, para la generación Gammeri, de haber dejado el rock and roll por la oficina, para la generación de rentas, de publicar fotos cada hora en Instagram, pese a eso, aún hay energía para salir a las calles y marchar.

—Estoy tan deprimido, que estoy empezando a inspirarme. Admito la derrota. Pero a veces, por el fracaso, te puedes ver a ti mismo en una luz distinta —comenta Gammeri—. Hay mucho trabajo por hacer. Mucha juventud por educar. Nos queda mucho amor, respeto y empatía por compartir. Esas son las únicas semillas que podemos regar para empezar a sanar y mirar hacia adelante. Es todo lo que podemos hacer.

Y como si lo hubiera escuchado, por aquello de que Dios está en todas partes y en ninguna, el pastor Steven Hamartans, a raíz de la marcha, publicó en su cuenta de Facebook: “¡Un llamado a la oración! Necesitamos orar para que Dios intervenga en las protestas. Tengamos presente que Dios ya nos dio una gran victoria y él es más que capaz de terminar lo que ya empezó en nuestro país. Pero debemos rezar. Cristianos, tenemos el poder en las manos de Jesús; tenemos el poder en el nombre del Lord; a pesar de la rabia de Satán, no podremos ser nunca derrotados. ¡Déjanos ejercer el poder de Dios, ahora!”.

— Amén, amén, amén.