La pompa de la celebración del día nacional en Francia parece haber sido suficiente motivo para que Trump aceptara la invitación de Emmanuele Macron a su país. Después de un tenso comienzo en sus relaciones, marcado por la salida de EE.UU. del acuerdo climático de Paris y la distancia ideológica que separa a ambos mandatarios, Macron parece buscar un nuevo comienzo en sus relaciones con el mandatario estadounidense.

Con la visita a Francia, Trump también tiene la oportunidad de alejarse, aunque sea por un rato, de la polémica que ha desatado la influencia de Rusia en su campaña presidencial.

Después de haber visitado lugares turísticos como la tumba de Napoleón y la catedral del Notre Dame, Macron llevó a su invitado a cenar en el exclusivo restaurante en la Torre Eiffel y le prometió un asiento privilegiado para contemplar el desfile militar con el el que mañana los franceses celebran el aniversario de la revolución.

En lugar de relanzar la relación de Francia con EE.UU.  a través de vías convencionales, Macron supo leer el carácter de su homólogo y está apelando a su ego para seducirlo.  

A Trump le gusta que lo aplaudan. Cuando anunció su campaña presidencial en Nueva York, corrió el rumor de que la empresa de casting Extra Mile había contratado a decenas de personas para celebrar el anuncio. Cada una de las personas que fingieron ser seguidores del entonces empresario habrían recibido 50 dólares por sus servicios.

Más recientemente, en su corto paso por Varsovia, los políticos del partido Ley y Justicia”, que está en el poder desde 2015 y comparten la agenda nacionalista del mandatario estadounidense, se encargaron de recibirlo como le gusta: le prometieron una gran muchedumbre en su recibimiento y le cumplieron con decenas de viajes en bus que partieron desde todos los rincones del país y por los que los polacos no tuvieron que pagar ni un solo euro.

En el pasado, el miedo a no tener un recibimiento favorable ha hecho que Trump le dé reversa a otras visitas oficiales y su llegada a París es una muestra de la confianza que siente frente a Macron.

El 12 de junio, el presidente de EE.UU. levantó el teléfono para decirle a la Primer Ministra Británica que ya no quería visitar su país. La razón: los activistas británicos no le prometieron un tapete rojo sino protestas por sus comentarios en contra del alcalde de Londres, Sadid Kahn, después de los ataques terroristas en el London Bridge.

La jugada de Macron invitando a Trump al Día de la Bastilla sirve para hacerle sentir al mandatario que no está aislado en Europa. Sin importar qué tan disitintas sean sus posiciones políticas, Macron tiene claro que los golepes que le dio el terrorismo al mandato de François Hollande  no se pueden repetir durante su administración y que de su cooperación militar con EE.UU. en Medio Oriente depende gran parte del éxito de su mandato. A ambos mandatarios les conviene ser los nuevos mejores amigos.