Banderas blancas en Guatemala, trapos rojos en Colombia, saqueos en supermercados en Venezuela, la crisis desatada por el coronavirus ha provocado que el hambre en América Latina vuelva a repuntar y amenaza con desencadenar una nueva ola de protestas sociales.PUBLICIDAD

«Todos estamos pasando necesidades de primera mano porque ya las teníamos de antes, pues la mayoría trabajábamos a diario y los ahorritos que teníamos ya se acabaron», dijo a Efe Ángel Méndez, líder social de Ciudad Bolívar, uno de los barrios que rodean Bogotá, la capital colombiana.

Con el estómago vacío y agobiados porque los alimentos y subsidios que prometieron los gobiernos no llegan a sus hogares, muchos han salido a las calles para protestar -incumpliendo el aislamiento impuesto para contener los contagios- y advertir que, bajo las circunstancias actuales, si no los mata el COVID-19, lo hará el hambre.

La voz de esa necesidad es el ruido de las cacerolas que han vuelto a escucharse en los barrios más vulnerables de Colombia.

Cuando el hambre ataca, los más desfavorecidos recorren las localidades menos afectadas y tocando las puertas de extraños esperan la caridad de aquellos que todavía se pueden permitir compartir sus alimentos o algo de dinero.

Una de ellas es Sandra Patricia Hurtado, quien, desde Ciudad Bolívar, la cuarta localidad más poblada de Bogotá con 700.000 habitantes, expone la situación con dramatismo.

«Parecemos las vacas flacas, ya no tenemos aliento ni para caminar -lamenta- Nos estamos muriendo no de virus sino de hambre. No hemos visto nada de lo que nos prometieron, estamos aguantando hambre”.

En América Latina y el Caribe, 42,5 millones de personas sufrían de hambre antes de que el coronavirus empeorara la situación de extrema pobreza que las ha arrastrado a pedir auxilio desesperado y a depender de las ayudas estatales y donaciones particulares, insuficientes para subsistir durante la crisis por la pandemia. Según la organización «Acción contra el Hambre», alrededor de 30 millones de latinoamericanos más caerán en la pobreza tras la pandemia.

Pero lo más preocupante es que estos llamados son un grito de la tormenta que se avecina. A juicio del escritor argentino Martín Caparrós, autor de «El Hambre», son «lo más primario que puede decir una persona, tengo hambre, necesito comida. Y lo hacen porque necesitan algún tipo de ayuda, no como discurso político, para ver si algún vecino le puede dar algo, o alguna entidad».

«Es una situación de mucha urgencia ya. Y no hay razón para que no vaya aumentando con el paso del tiempo», afirma en conversación con Efe, al explicar que en el caso de Argentina la cifra de personas que han recurrido a este tipo de asistencia ha pasado en apenas dos meses de 8 a 11 millones.

Aunque el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva advertía hace unas semanas que «la pesadilla del hambre» ha regresado a América Latina por culpa del virus, lo cierto es que el hambre siempre ha estado allí.

Esto fue evidente incluso desde las primeras semanas de las cuarentenas, con las jornadas de saqueos a camiones repartidores de alimentos destinados a los vulnerables, como ocurrió en Ciudad Bolívar, y la petición de auxilio que miles de familias hicieron con trapos rojos desde sus ventanas.

Lo ocurrido en Ciudad Bolívar se ha replicado en otras zonas desfavorecidas del continente. En Guatemala, en la frontera colombo-venezolana, en barrios de Buenos Aires, en zonas desfavorecidas de Lima. El hambre, como el virus, no conoce fronteras.

«Llevamos apenas dos meses, pero ya los efectos son devastadores», alerta Jesús Quintana, director para América de la Alianza entre Bioversity International y el Centro Internacional para la Agricultura Tropical (CIAT), con sede en Cali (Colombia).

«La crisis está teniendo efectos brutales, principalmente en los más vulnerables, y las pocas evidencias nos hacen asegurar que ya está aumentando la pobreza y el hambre en sus distintas manifestaciones».

La situación es especialmente difícil, recuerda Caparrós, dado que en América Latina «la mitad de la población vive al día, de lo que puede sacar en ese momento; o de empleos informales que cuando, no están no están».

Hasta las habitualmente frías cifras macroeconómicas dibujan un panorama estremecedor: El Fondo Monetario Internacional sitúa la caída del PIB en Latinoamérica en torno al 5%, y el Banco Mundial en el 4,6%. Son pronósticos no vistos en más de medio siglo, y que los economistas matizan ya que podrían agravarse de prolongarse aún más la crisis.

Pero hay otros datos que son aún más reveladores: lavarse las manos con agua y jabón o evitar el contacto físico resulta muy difícil para el 21% de la población urbana latinoamericana que vive en barrios marginales, asentamientos informales o viviendas precarias, según Oxfam.

Por eso, los estragos ya se sienten y el hambre es lo único que abunda en millones de hogares que tenían como único sustento trabajos informales.

«Si la vulnerabilidad previa de una persona era alta, cualquier crisis le impactará porque no tiene mecanismos de defensa. En las ciudades de la región el trabajo informal es lo que predomina y esta es un arma que se vuelve contra ellos», justifica Quintana.

La inseguridad alimentaria atraviesa el continente de extremo a extremo y afecta a miles de familias a las que siempre les faltó comida, muchas de ellas que incluso ignoraban la existencia del virus hasta que salieron de sus casas para encontrar las calles, su lugar de trabajo, totalmente desoladas.

«Mecanismos muy buenos que había para reducir el hambre y la desnutrición crónica infantil como los programas de alimentación escolar y otros programos en los países se han prácticamente interrumpido y eso va a tener un impacto», advierte Quintana.

Las ONG, en primera línea, alertan de la magnitud de la tragedia.

Asier Hernando, subdirector de OXFAM para Latinoamérica y basado en Lima (Perú), reconoce que la organización nunca ha encarado «una respuesta humanitaria tan compleja como la actual».

«(Al principio los principales problemas estaban en) Guatemala, o en zonas fronterizas de Colombia con Ecuador o Venezuela, o en conos en Lima en Perú. Ahora estamos comenzando a ver situaciones de mayor envergadura, tanto por el nivel de afectación como por el nivel de desesperación de las personas. Las medidas que en un inicio tomaron en un inicio los gobiernos ya no están siendo suficientes, el margen que tienen para más medidas se está reduciendo y la presión que tienen por reactivar la economía cada vez es mayor», recalca.

Como consecuencia, la gran mayoría de la población en situación de pobreza no puede darse el lujo de quedarse encerrada.

«Si bien en los países desarrollados los mayores focos de afectación y de infección eran las residencias de personas mayores, en los países pobres eran los mercados», argumenta Hernando. La disyuntiva diaria es sobrecogedora.

«En Latinoamérica las personas están teniendo que elegir entre mira si salgo a la calle tengo un 10% de posibilidades de contagiarme, pero si me quedo en casa tengo un 100% de posibilidades de morirme de hambre, entonces salgo a la calle».

Todo esto se produce sobre un endeble tejido social y económico en América Latina, después de haber vivido el pasado año una oleada de manifestaciones y protestas sociales masivas, lo que puede aumentar el riesgo de nuevos estallidos.

Por eso, crecen los llamados a los gobiernos para una respuesta ambiciosa e integral.

«Hay que tener cuidado con esta crisis ahora. El 99 % de los empleos vienen de las pymes. En un primer momento las respuestas eran para que las personas puedan sostenerse en la cuarentena. Hay que ver cuáles son las medidas de activación económica, si las personas ven que responden nuevamente a los más ricos y a las empresas, sin duda alguna las posibilidades de una crisis política de envergadura son muy altas, de conflictividad social son muy altas», anticipa Hernando.

A ello se suma que el gran logro de la región, el salto a la clase media de millones de latinoamericanos en la última década se encuentra en riesgo ante el severo impacto económico después de unos años de exiguo crecimiento.

Así lo explica, Martín Rama, economista jefe del Banco Mundial para la región, quien subraya que la clase media latinoamericana que ha crecido en los años recientes «es muy vulnerable» ya que «en muchos sentidos está justito por arriba de lo que define la pobreza, o sea que es muy vulnerable a volver a caer hacia atrás».

Y de nuevo, «si uno tiene en cuenta el descontento social del año anterior, es una preocupación».

No obstante, Rama matiza que la crisis afectará de forma heterogénea a la región.

Por un lado, señala a los países del Caribe, cuyas economías dependen en un 30 o 40 % del turismo, van «a sufrir mucho» hasta que se retome la normalidad.

Otros países que son exportadores netos de petróleo y gas, con los precios actual, también lo van a pasar mal ya que «en esos casos los recursos del Estado dependen directamente de esos ingresos». Un tercer grupo, cuenta con países muy expuestos a China, para los que la recuperación en China «podría ser un alivio».

«Y finalmente, pero no es el aspecto menor, vemos países que están en posiciones muy diferentes, como Perú con una solidez fiscal que le permite seguir emitiendo deuda, poner un paquete fiscal comparable a países avanzados. Y otros como Argentina y Ecuador venían ya en crisis antes, para los cuales todo va a ser muy difícil», sostiene Rama.

América Latina arrastra un aumento desde hace cinco años de personas en situación de hambre, 18,5 millones según el último estudio de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de 2019, cifra que desde ya los analistas prevén que sufrirá un aumento notable.

Para el investigador Quintana, en la región, la pobreza en las comunidades llega a ser extrema, lo que «agudiza la situación de los que ya eran vulnerables antes de la pandemia» por el reajuste de la cadena productiva y el congelamiento de las ayudas gubernamentales.

«Hoy más que nunca toma fuerza la puesta histórica del campesinado por una reforma agraria integral. Hay un déficit de alimentación en el mundo y si la coyuntura actual de salud se prolonga, sabemos que estamos en la puerta de una hambruna», dijo a Efe el líder del Coordinador Nacional Agrario de Colombia, Ernesto Roa.

Las comunidades campesinas de Colombia advierten que, para combatir una posible hambruna en la región, las autoridades deben apostarle a proyectos agrarios que puedan garantizar la alimentación de millones de personas.

«Nosotros decimos sí a la cuarentena, pero con dignidad. Por eso, desde los territorios campesinos agroalimentarios estamos llevando la comida a los cascos urbanos para la gente con menos posibilidades de resolver sus problemas reales», aseguró Roa.