Desde que hiciera su aparición, en diciembre de 2019, el coronavirus ha contagiado a más de tres millones de personas en todo el mundo. El brote se esparció primero por Asia y Europa, y a finales de febrero se reportaron los primeros casos en América Latina. Desde que se informara sobre el primer caso de contagio en la región, hoy son 170.000 los positivos por COVID-19 en esta zona del planeta.

La mayoría de los casos positivos se encuentran en Brasil, Ecuador y Perú, que se reparten cerca del 65 % del total de contagiados. Y si bien los positivos por COVID-19 han ido aumentando de manera exponencial y sostenida en la región, hay casos como el de Venezuela, cuyas cifras oficiales generan sospecha. Desde que se confirmara el primer caso, el 13 de marzo, el gobierno chavista asegura que en su país hay cerca de 330 casos y diez fallecidos, números muy por debajo de varios países de la región, entre ellos sus vecinos Brasil (68.188 casos y 4.674 muertos) y Colombia (5.597 y 253).

Venezuela asegura ser un ejemplo mundial en el manejo de la pandemia (dicen que son el país que más pruebas por millón de habitantes hace en la región), pero la Universidad Johns Hopkins, de Estados Unidos, que a diario recoge los datos sobre COVID-19 en el mundo, asegura que “las cifras otorgadas por el gobierno son altamente sospechosas”. Esta anotación es compartida por periodistas y expertos del sector de la salud venezolano, quienes aseguran que esos números demuestran que la administración de Nicolás Maduro no está en capacidad de entregar información que permita ilustrar la verdadera situación del coronavirus.

“La pandemia llega a Venezuela con un sistema de salud colapsado, en condiciones precarias y en el que la mayoría de los hospitales no están en condiciones de afrontar la pandemia”, cuenta a El Espectador el médico Julio Castro, infectólogo de la Universidad Central de Venezuela y director de Médicos por la Salud, organización que, entre otras cosas, realiza la Encuesta Nacional de Hospitales; un diagnóstico de la situación hospitalaria en el país. “Saber el momento de la epidemia es complicado, porque no tenemos herramientas de medición como, por ejemplo, un boletín diario”, agrega.

Castro asegura que una de las grandes dificultades de Venezuela para afrontar la pandemia es la falta de pruebas, que escasean allí. A modo de comparación, mientras que en Colombia el techo de procesamiento de pruebas es de 17.000 al día, con sesenta laboratorios en operación, según el Instituto Nacional de Salud (INS), en Venezuela, de acuerdo con Médicos por la Salud, se realizan cerca de 140 pruebas diarias, las cuales son procesadas en un solo laboratorio en Caracas.

“En el país hay un solo laboratorio en todo el territorio nacional capaz de realizar las pruebas PCR, que son las más confiables para confirmar la presencia del virus. Puede que, por ejemplo, en Barinas se haga una prueba, pero esta debe viajar hasta Caracas y luego ser procesada. Esto significa que el resultado puede tardar casi una semana”, cuenta Castro a El Espectador.

Hay otras razones que explican por qué en Venezuela hay tan pocos casos en comparación con el resto de la región. De acuerdo con expertos consultados por este diario, la complicada situación política que vivía el país previo a la llegada del coronavirus ayudó a que el efecto del brote se retrasara. La poca oferta de vuelos directos desde Europa hacia Venezuela, paradójicamente, ayudó a que el coronavirus aterrizara más tarde que en otros países. Un ejemplo de ello es que mientras a Bogotá llegaban cerca de cincuenta vuelos semanales desde Europa, en Caracas aterrizaban apenas nueve, según cifras de la IATA.

“Estamos en una fase temprana y puede ser por distintos factores: uno de ellos es que a Venezuela llegan pocos vuelos desde el exterior y el otro es la escasez de gasolina, que ha dificultado la movilización de las personas en el país y, por ende, también del virus”, explica Castro a El Espectador.

La aguda crisis que ya padecía Venezuela, asfixiada por las sanciones internacionales, con una hiperinflación por los cielos, el precio del petróleo por el suelo y una economía parada a causa del confinamiento, se ha visto agravada por una nueva crisis de combustible, que ha dificultado el día a día de los venezolanos. La mayoría de las gasolineras están cerradas y enormes colas de autos, a veces de más de un kilómetro, se forman junto a las pocas que siguen funcionando.

Luis Vicente León, de la consultora Datanálisis, cree que la falta de combustible, sumada a los problemas de flujo de caja del gobierno, el impacto de la pandemia y la falta de acuerdos entre el chavismo y la oposición, hacen “probable” que los alimentos también acaben escaseando. De hecho, cientos de manifestantes en al menos cinco estados de Venezuela han salido a las calles, a pesar del confinamiento obligatorio decretado por Maduro, a denunciar que tienen hambre y quejarse por los cortes de agua, luz e internet. Las manifestaciones, aunque pequeñas, ya han cobrado la vida de un joven en el estado de Bolívar y han causado un número indeterminado de personas heridas o detenidas, así como de comercios saqueados.

“Es realmente crítico. Hay hambre, no hay gasolina, nadie tiene ahorros, no hay medicinas y aún faltan por venir las complicaciones del COVID-19”, dice el diputado opositor venezolano José Manuel Olivares.

Según el informe divulgado la semana pasada por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el organismo de asistencia humanitaria de las Naciones Unidas, Venezuela entró en cuarentena con más de ocho millones de sus habitantes en vulnerabilidad alimentaria, sin dinero ni posibilidades de salir a la calle a batallar en la economía informal. Y mientras tanto, Nicolás Maduro, desde Miraflores, asegura que su país, como ningún otro en la región, es un ejemplo de cómo enfrentar la pandemia; pero las calles parecen indicar otra cosa.