Contrario a quienes arguyen que es un ente independiente, la economía es un monstruo maleable que depende de la política de turno. El retiro de Dilma Rousseff de su cargo como presidente, y el ascenso de Michel Temer a su cargo (al menos por 180 días), es la prueba más válida en este tiempo: según análisis, si Rousseff se quedara en el poder, el PIB rozaría el -6 %, mientras que con Temer el resultado sería más bondadoso: -3,8 %. Para 2017, la perspectiva es similar: Rousseff produce aún un producto negativo de 2,5 % en el PIB y Temer, en cambio, alienta el bueno estado de la economía con un crecimiento de 0,6 %. El beneficio económico de su ascenso como presidente es, en ese sentido, inversamente proporcional a la salud de la democracia brasileña.

Temer recibe un país que, en los últimos dos años, disminuía su capital económico a razón de la crisis política del impeachment y de una fuga general de inversiones. El índice de desempleo aumentó 40 % en los últimos años y hoy se suman más de 10 millones de desempleados. Muchos de aquellos que salían a las calles a protestar contra Rousseff lo hacían, más allá del juicio político, para expresar la desazón de haber perdido su trabajo. Y señalaban a Rousseff como culpable.

De modo que Temer deberá, en primer lugar, fomentar la confianza de los ciudadanos, ahora con más fruición, porque tiene un índice de aprobación del 8 %. ¿Cómo lo hará? A través de reformas fiscales. ¿Y cómo las obtendrá? Con una mayoría en el Congreso. Así, Temer criará primero un apoyo en las dos cámaras del Congreso (un apoyo que apuntala a través de la repartición de los ministerios) y, a partir de allí, impulsará proyectos que podrían, de hecho, volverlo impopular.

“En el corto plazo habrá una mejoría”, dice Gustavo Lopes Fernandes, asesor económico del Tribunal de Cuentas de São Paulo. “Los activos brasileños están con precios muy bajos. Hay un escenario de pesimismo exacerbado por la inmovilidad del Gobierno, paralizado por el impeachment”. Libio Ribeiro, investigador del Instituto Brasileño de Economía (FGV), apunta que el Gobierno de Temer reconoce el origen de los problemas nacionales y sabe de dónde vendría la solución: “Creo que reconocen que (…) sin equilibrio fiscal no es posible obtener una economía saludable. Por tanto, es necesaria una discusión (difícil) sobre reforma del Estado brasileño y de su presupuesto, conteniendo los desembolsos a la capacidad de generación de ingresos”.

En octubre del año pasado, el PMDB (partido de Temer) había presentado un plan económico titulado Un puente para el futuro, que contiene una serie de propuestas económicas de las que Temer ya ha echado mano: por ejemplo, redujo el número de ministerios de 31 a 24. En ese plan, el movimiento propone tres reformas esenciales (laboral, fiscal y tributaria), atraer a los inversores y alterar las cuotas definidas del presupuesto del Ejecutivo. En palabras más simples, Temer podría aumentar los impuestos, reducir los obstáculos fiscales para que lleguen más inversores extranjeros y modificar los gastos del Ejecutivo (que está obligado a invertir cierto dinero en ciertos nichos, como educación y salud).

Temer tendrá que hacer las veces de malabarista: mientras cuida de atraer la inversión extranjera, deberá tener en cuenta el efecto político de ciertas reformas fiscales (con miras a las elecciones locales de octubre) y el aire popular, que sigue siendo de indignación. Dice Ribeiro: “(la política) es un factor central en la capacidad del nuevo Gobierno en proponer y aprobar las reformas necesarias en su inicio. Ese es un cálculo político difícil: quiénes serán los principales perdedores y por qué”.

Para Lopes, Temer está forzado a “estancar rápidamente el crecimiento del desempleo y mejorar el ambiente económico” para acceder, entonces sí, a las reformas más estructurales. Mientras Rousseff es juzgada por el Supremo Tribunal y el Senado, Temer busca un capital popular que le ha sido adverso: siempre ha sido el político en la sombra y solo ahora se expone al juicio público. De manera hipotética, si modifica las obligaciones del Ejecutivo con la salud o la educación (para invertir ese dinero en otros entes), se arriesga a una caída en pleno. De esos primeros pasos dependen la facilidad para aplicar medidas más profundas.

Lopes anota: “A mediano y a largo plazo, una plataforma que se resume en una danza de plazas entre los ministerios, además de vagas propuestas contenidas en ‘Un puente para el futuro’, indican que el fin de la crisis es todavía distante”. En resumen, según Ribeiro, los daños que pueda subsanar el Gobierno de Temer dependen de su capacidad de “movilización y oposición”. Con el proceso del “impeachment”, Temer pudo demostrar que tiene de ambos.