Hace unos años, cuando cumplió 34, el brasileño Dani Alves se acordó de su niñez. Y de la cama dura de cemento, del colchón de milímetros de grosor en el que dormía y de su padre esperándolo en la madrugada para que lo ayudara a trabajar antes de ir a la escuela. “El sol todavía no sale, pero tenía que dar una mano en nuestra granja”, dijo a través de sus redes sociales en 2017.

También rememoró que competía con sus hermanos para ver quién recogía más frutas y verduras. ¿Y por qué? “Porque el mejor tenía derecho a usar la única bicicleta de la casa”, dijo en un instragram live cuando le preguntaron por la distancia entre su casa y la escuela. “Eran 19 kilómetros y hacerlos caminando era durísimo por eso siempre quería la bicicleta”. 

Alves creció con la imagen de un padre trabajador, con el tanque a sus espaldas para fumigar los cultivos todo el día y con las despedidas en las noches para irse a un bar a hacer las veces de mesero para conseguir más dinero. Y la vida -como reconocería después- le generó angustia, tanto como no poder jugar fútbol en las tardes. O como que el televisor a blanco y negro no sintonizara bien el canal para ver los partidos del torneo Brasileirao.

“Las antenas estaban envueltas en papel aluminio para que la recepción fuera mejor. Los domingos hacíamos todo más rápido para poder sentarnos en el piso y ver fútbol. Era una desgracia cuando aparecían rayas y más rayas”, apuntó en una entrevista con el diario O Globo.

En esa misma charla, a manera de cronología, habló del carro de su padre, un auto viejo y lentísimo, que solo tenía dos cambios. En él lo llevaban para que ojeadores notaran su talento y volvían tarde, cansados, sin la certeza de haber descrestado a alguno. Sin embargo, hubo uno que quedó maravillado y que lo contactó con el Esporte Club de Bahía, a donde llegó Alves con 13 años. “Mi padre me compró un uniforme, el único que tenía. Después del primer entrenamiento lo lavé, lo puse en otra baranda y al otro día ya no estaba. Así entendí la rudeza de la vida, lo dura que es la competencia por sobresalir. Al mundo lo llaman real porque es una mierda”.

Vivió en una residencia con 100 niños más, en una ciudad grande, más grande para el pequeño de campo. Y aunque no era el más talentoso de todos (él mismo lo reconoció), sí era uno de los que más corría, de los que más hacía abdominales. “Y me propuse no regresar a casa hasta ser el mejor, quizá no el más habilidoso, pero sí el más entregado”, añadió en la entrevista con el medio de su país. 

En esa película que va relatando, Alves ya tiene 18 años, ya ganó sus primeros dos títulos con Bahía y es futbolista profesional. “Me dicen que Sevilla está interesado, que puedo ir a Europa. La verdad que no lo creía”. El buen trabajo en el equipo andaluz lo llevó a Barcelona en 2008, club en el que construyó un nombre, una reputación y una trayectoria que, por ahora, sigue siendo más que exitosa.

En 19 años de carrera, 37 de vida, ya suma 40 títulos, es decir, gana en promedio dos campeonatos por año. Hace un año, siendo el más veterano de la Copa América, no sólo logró levantar el trofeo en casa, sino que fue elegido como el mejor jugador del campeonato. “Ojalá pueda seguir dando alegrías porque siento que todavía tengo mucho por dar”, concluyó el hoy futbolista de Sao Paulo, club al que llegó en 2019 luego de 17 temporadas en Europa y de triunfar en todo lado.

Los títulos de Alves:

Sevilla: Una Copa del Rey, Supercopa, dos Copas de la UEFA y una Supercopa de Europa.

Barcelona: Seis ligas de España, cuatro Copas del Rey, cuatro Supercopas de España, tres Champions League, tres Supercopas de Europa y tres Mundiales de Clubes.

Juventus: Una liga italiana y una Copa de Italia.  

PSG: Dos ligas de Francia, una Copa de Francia, dos Supercopas y una Copa de la Liga.

Selección de Brasil: Dos Copas Américas y dos Copas Confederaciones.