El cuadro tenía 1.72 metros de alto por 3.14 de ancho y una vez, mientras estaba exhibido en el Museo Nacional de Bogotá, se lo robaron. Era la “Apoteosis de Ramón Hoyos”, pintado en 1959 por Fernando Botero en honor al ciclista que, para 1958, ya había ganado sus cinco Vueltas a Colombia.

La llamada entró de repente, Botero no la esperaba. Y al descolgar el teléfono recibió la amenaza: “O paga o nunca vuelve a ver el cuadro”, le contó en una entrevista a El Colombiano. Tuvo que depositarle al ladrón casi tres mil dólares para recuperar la pintura, recordó aquella vez el artista antioqueño, y restaurarlo, pues, cuando volvió a sus manos, estaba en pésimo estado.

El deporte no fue un tema común en el arte de Fernando Botero. No son muchas sus pinturas al respecto. Sí pintó sobre corridas de toros, pues era apasionado por la tauromaquia. Sin embargo, la Apoteosis de Ramón Hoyos, su homenaje del primer escarabajo de Colombia, era recordada con especial cariño por el antioqueño, que por aquel entonces plasmó con trazos expresionistas las hazañas de uno de los ciclistas más recordados de nuestro país.

Nacidos el mismo año, en 1932, los dos se volvieron íconos populares de la cultura antioqueña en el siglo XX. Se conocían, contó alguna vez Hoyos, desde antes de que sus nombres trascendieran porque de la casa de Botero pedían carne fresca cuando él trabajaba en la carnicería La Bandera Blanca haciendo mandados en su bicicleta. La misma que Fernando Botero inmortalizó años después en la famosa pintura que hoy en día está exhibida en Copenhague (Dinamarca), tras años y años de errancia por todo el mundo.

Era un cuadro “fuera de lo común”, según Botero. “Una pintura novedosa y revolucionaria”, mucho antes de que surgiera el famoso “arte pop”. Alguna vez, Ramón Hoyos le pidió al artista que le regalara el cuadro para exhibirlo como memoria en su natal Marinilla, pero Fernando Botero, finalmente, decidió donarlo a los museos del mundo, para que el legado del ciclista trascendiera las fronteras.

Fernando Botero y el deporte

Hasta sus últimos días, Fernando Botero fue un amante de las corridas de toros. Las defendió, sordo ante las críticas, hasta sus últimos alientos.

Su pasión por la pintura, de hecho, llegó por ese lado, pues su tío lo inscribió desde muy pequeño a una escuela de Tauromaquia en su natal Medellín. Allá, veía cuadros de toros en todos lados y empezó a cultivar dos de las grandes aficiones que definirían su vida. Al punto de que, alguna vez, en una entrevista para la prensa española, recordando esas épocas precoces en las que descubrió las corridas, dijo: “a lo mejor soy pintor por eso”.

“Los toros existirán siempre. Habrá algún lugar en los que se prohíba, pero los toros existirán siempre, porque forman parte de la cultura española y universal”, le dijo a la ABC.

También, cuentan sus círculos cercanos, era seguidor del fútbol. De hecho, pintó varios cuadros que nunca trascendieron en la memoria popular.

Sí pintó sobre el balompié, pero su obra no fue tan divulgada. Tal vez, su cuadro más famoso sobre este deporte fue “Niños jugando al fútbol”, una obra en la que se ven 10 jugadores, con su revolucionaria forma volumétrica, la que lo consagró en el arte contemporáneo del mundo, de dos equipos oponentes que disputan un partido.

La muerte de Fernando Botero

Este viernes, 15 de septiembre, a los 91 años, Fernando Botero murió en Mónaco, tras complicaciones de salud que empeoraron su estado en los últimos días.

“Murió a las nueve de la mañana acá en Mónaco. Llevaba cinco días con delicado estado de salud porque había desarrollado una pulmonía. Pero, afortunadamente, murió con 91 después de una vida extraordinaria. Se fue en el momento indicado y en paz, eso es lo importante. Ya está con su mujer, Sofía, quien murió hace cuatro meses”, le dijo su hija Lina Botero a Caracol Radio.

El presidente Gustavo Petro se refirió a la muerte del pintor: “Ha muerto Fernando Botero, el pintor de nuestras tradiciones y defectos, el pintor de nuestras virtudes. El pintor de nuestra violencia y de la paz. De la paloma mil veces desechada y mil veces puesta en su trono”. Además, en Medellín se decretaron siete días de luto en su homenaje.