Odlanier Solís nunca fue hombre de mucho hablar. En las conferencias de prensa lo común era verlo callado, esperando su turno para decir algunas palabras del rival, nunca ofensivas, antes de volver a su silencio cerrado. Por él hablaban otros, o mejor dicho, otro: su promotor Ahmet Oner.


Y ahora Solís, en referencia a su retorno al boxeo el 14 de octubre contra Varol Vekiloglu, comenta que “hasta que enfrenté a Vitali [Klitschko] era apenas un soldado mercenario. Ahora que sé lo fácil que es convertirse en campeón del mundo, eso es lo que quiero y viviré para eso’’.
Huh, soldado mercenario…Sin duda, esta no es la frase más feliz, ni la más adecuada para explicar el complicado proceso físico y mental que desembocó en esa aciaga jornada donde no pudo retar al verdadero campeón, debido a una rodilla que se desintegró y que luego le exigió tres operaciones.
¿Quién está hablando aquí? Francamente, no creo que sea Solís sino su promotor, que en su afán de vendernos cosas y encender fuegos de artificio, quiere apresurar el camino de retorno del púgil y lo hace agitando palabras disfrazadas de golpes publicitarios.
Solís es demasiado comedido para usar esos términos, porque si realmente se sentía como un mercenario, creo que les debe alguna explicación a los fanáticos.
Mercenario es aquel que se alquila, sin involucrarse sentimentalmente en cualquier empresa de la vida, y esa definición no le cuadra a Solís. Al menos no al que yo conocí y presencié entrenar en varias ocasiones, a ese que hablaba con orgullo de lo que significaría para él convertirse en el primer rey mundial cubano de peso pesado de todos los tiempos.