Los talibanes tomaron el poder en Afganistán el 15 de agosto de 2021. Dos años después, han declarado el día como festivo nacional, una celebración que llena de honor y orgullo a la población afgana, según Bilal Karimi, el vocero de los talibanes.

“Afganistán se libró de la ocupación [estadounidense], los afganos pudieron recuperar su país, su libertad, su gobierno y su voluntad. La única manera de resolver el problema es por medio del diálogo y la comprensión, la presión y la fuerza no son lógicas”, afirmó Karimi al medio CNN.

No es un día de celebración para millones de mujeres que han visto su vida completamente transformada. En un régimen represivo, las medidas contra ellas han atravesado la educación, la vestimenta y el trabajo. “Ya no existe la libertad de las mujeres”, dijo Mahbouba Seraj, activista afgana por los derechos de la mujer.

Sin posibilidades de una educación formal

Al siguiente mes de haber llegado al poder, establecieron la primera regla: las niñas no podrían ir a sus escuelas. Aunque mantuvieron las universidades abiertas por un tiempo, la orden no tardó en ser similar. Salieron a las calles a manifestarse, pero fueron reprimidas por los talibanes. Muchas activistas fueron detenidas y torturadas.

En marzo de este año, el Departamento de Educación talibán declaró que todos los estudiantes podrían regresar al colegio. Minutos después de que las niñas volvieran a sentarse en sus escritorios, el gobierno cambió de opinión, diciendo que cerrarían las escuelas hasta un próximo aviso.

Los talibanes han dicho que abrirán las escuelas para niñas cuando mejore la situación de seguridad. Aparentemente, estaban trabajando en un currículo que se ajustara a las ideologías del régimen, que impone la forma más estricta de la ley Sharía.

Sin trabajo, sin manera de subsistir

La misma semana en la que se dio la directiva de cerrar las escuelas para niñas, las mujeres que trabajaban en el gobierno de Kabul recibieron la orden del alcalde de quedarse en sus casas. Solo aquellas que hacían trabajos que “no podían ser realizados por hombres” pudieron seguir en sus puestos.

Ya no es posible para ellas trabajar en colegios, ONG locales e internacionales, centros de educación, ni como abogadas o juezas. Las médicas no pueden examinar a pacientes masculinos ni trabajar junto a sus colegas. Las oportunidades de trabajo son muy escasas, lo que ha hecho que las mujeres sean más vulnerables a una condición de pobreza.

Sin la posibilidad de trabajo o de educación, sus familias las casan jóvenes, generalmente con soldados talibanes, para poder recibir la dote o ser protegidos por el régimen. Aunque en diciembre del 2021 salió una ley que prohibía el matrimonio forzado, los reportes siguen creciendo y las mujeres no están protegidas.

Sin colores, bajo miradas vigilantes

En mayo del 2022, el líder supremo de los talibanes, Mullah Haibatullah Akhundzada, decretó que las mujeres debían cubrirse de pies a cabeza. A quienes no fueran niñas o adultas mayores se les obligó a cubrirse la cara, dejando espacio únicamente para los ojos.

Antes, las mujeres podían usar colores vivos, jeans y tacones. Ahora, solo se les permite usar vestimenta negra, como los abayas, una larga túnica que llega hasta los pies, con el hiyab; o el burka, un velo que cubre todo el cuerpo que tiene una rejilla en los ojos para poder ver. Los hombres en las familias están obligados a imponer el estilo, pues de lo contrario podrán ser llevados a la cárcel o despedidos de sus trabajos.

“Están creando una situación en la que no está en las manos de las mujeres y las niñas tomar una decisión sobre resistirse al régimen talibán, sobre cuáles son los riesgos que están dispuestas a tomar, porque son los hombres de las familias los que se ponen en peligro, no ellas”, afirmó Heather Barr, investigadora de Human Rights Watch.

Los espacios públicos se han vuelto inhabitables para ellas, que pueden salir solo en situaciones especiales, vistiendo la indumentaria adecuada y con la compañía de un hombre. El régimen talibán se niega a ceder y muchas de ellas han pensado en abandonar el país.

“La única razón por la que estoy en Afganistán y sigo viviendo aquí es para estar cerca de mis hermanas y poder ayudarlas. No he perdido toda la esperanza. Pero con cada paso y con cada decisión, esto se está tornando cada vez más difícil”, aseguró Seraj.