Amy Winehouse supo despertar pasiones en su momento. Pasiones de las buenas y de las malas: de las que celebraban su voz y su franqueza (y no tanto así su tormentosa vida) y de las que renegaban por el circo mediático montado en torno a sus excesos con el alcohol y las drogas. Pero, más allá de los criterios encontrados, hubo siempre una sospecha compartida: que, al ritmo desenfrenado en que se conducía, el frágil cuerpo de la cantante británica no soportaría mucho.

Su historia estaba condenada a ser, “otra crónica de una muerte anunciada”. Y así fue. Winehouse fue hallada muerta el 23 de julio, en su residencia en Londres. Las razones de su fallecimiento fueron las previsibles.

La historia musical de Amy no es corta, pues a pesar de tener sólo tiene un disco antes de este: Frank (2003), ella empezó a trabajar de manera profesional como a los 16 años. Antes estuvo en varias escuelas –una de teatro-, en las que tuvo bastantes problemas con su comportamiento, que llegaron incluso a las expulsiones. Luego de fundar algunos grupos como en “juego” –uno de ellos de rap, a los diez años-, firmó un contrato y empezó a tener éxito –con Frank tuvo un par de canciones entre los primeros lugares de las listas de popularidad-; pero con Back to Black recién tuvo reconocimiento internacional. Lo interesante de este disco es su hipocresía: Amy canta sus penas disfrazadas con ritmos pegajosos, habla de separaciones, desamores, problemas con el alcohol, despertares solitarios con la parte más animada del jazz, soul y R&B.