El presidente Donald Trump tenía programado visitar Colombia después de asistir a la Cumbre de las Américas en Lima. Pero la Casa Blanca canceló la visita y decidió que fuera el vicepresidente, Mike Pence, el que viajara a Perú, no a Bogotá.

La Casa Blanca dijo que Trump tenía que enfocarse en la situación de Siria, aunque puede ser que la preocupación de Trump sobre los avances de la investigación por Robert Mueller en cuanto a la influencia rusa en las elecciones de 2016 y otros escándalos sean las razones verdaderas.

¿Que hubiéramos esperado de la visita?

Hasta el momento la política de los Estados Unidos hacia Colombia no ha experimentado los cambios dramáticos y caóticos que han sufrido otros países como, por ejemplo, México.  Todavía hay un fuerte apoyo bipartidista en el Congreso estadounidense para la cooperación con Colombia, y gran parte de esta iniciativa ahora está dirigida a la implementación del proceso de paz.

Según  la legislación de apropiaciones para el año fiscal 2018 que el Congreso acaba de aprobar (finalmente), Colombia recibirá $391.253 millones, la misma cantidad del año anterior. Esta suma incluye $20 millones para programas para comunidades afro-colombianas e indígenas, apoyo como siempre para programas antinarcóticos, además de programas para la implementación de los acuerdos, el desminado  y para fortalecer la justicia y los derechos humanos.  Al igual que años anteriores, incluye condiciones de derechos humanos vinculadas a la cooperación militar.

Lo único nuevo son las condiciones que insisten en la reducción de coca, pero no enfatizan tácticas específicas como la erradicación aérea. Estas condiciones son vinculadas al 25 por ciento de la ayuda para esfuerzos anti-narcóticos.

Si Trump hubiese llegado a viajar a Bogotá, probablemente hubiera enfatizado en dos temas. En primer lugar, hubiese enfatizado la reducción de la producción de coca. Esto encaja con la visión extrema de Trump de ver el mundo exterior como una serie de amenazas para los EE.UU.: países que nos están enviando sus inmigrantes (“hombres malos”), que nos están inundando con sus drogas ilícitas, que nos están robando con sus prácticas de comercio. Segundo, hubiese demandado la cooperación de Colombia para enfrentar —de cual manera no es obvio— la crisis en Venezuela. A fin de cuentas, esperamos que no hubiese ido mucho más allá de estos dos temas —aunque uno nunca sabe lo que este hombre va a decir—. O lo que va a poner en su Twitter en medio de la noche.

Lo que un Presidente de los Estados Unidos debería decir en una visita a Colombia hoy en día es muy distinto al probable mensaje de Trump. Él o ella debería asegurar al pueblo colombiano que nosotros los estamos apoyando en sus esfuerzos para construir una paz justa y duradera. Debería instar al gobierno colombiano a fortalecer la implementación de los acuerdos, ya que la misma está avanzando demasiado lentamente y  permanece seriamente incompleta, y sin una implementación integral completa, se puede perder esta oportunidad histórica para forjar una paz verdadera.

Por último, recalcaría que es de suma importancia que Colombia proteja a sus defensores y defensoras de derechos humanos y a los líderes sociales, incluyendo los líderes Afro-Colombianos e indígenas, que están siendo amenazados y asesinados; y que apoyamos un futuro mejor para las víctimas del conflicto.

Ronda la preocupación 

Hay otras causas para preocupación en el futuro cercano relacionadas a la política exterior de los Estados Unidos.  Trump ha escogido tres personas para su equipo de seguridad nacional que para él es su “equipo sueño” y para nosotros un “equipo pesadilla.” No van a frenar, como a veces el exsecretario de Estado Tillerson intentó, sus peores instintos sobre la política exterior.

El nuevo equipo es: Mike Pompeo, representante ultraconservador, para Secretario de Estado; Gina Haspel, directamente implicada en el escándalo de usar tortura bajo la administración Bush, para liderar la CIA; y aún más preocupante, John Bolton, con una larga trayectoria guerrista y anti-multilateral, para el Consejo de Seguridad Nacional —o sea, el consejero del Presidente—.  Aunque estos cambios quizás son los más preocupantes en cuanto a la posibilidad de enfrentamientos militares con Corea del Norte e Irán, también van a tener un impacto en América Latina. Venezuela puede estar en la mira para una política más militarista.

En este contexto, la capacidad del Congreso estadounidense de frenar la administración Trump es significativa.  Y en noviembre, es posible que la energía de la base del Partido Demócrata vaya a resultar en una Cámara Baja, si no Senado, Democrática. Pero aun así, el Congreso tiene poderes limitadas sobre la política exterior.

Estamos sufriendo en los Estados Unidos el caos y destrucción de Trump.  Él está quitando los sueños de los Dreamers y otros inmigrantes que solo anhelan estudiar, trabajar y vivir para sus familias.  Está destruyendo los esfuerzos precarios para proteger el ambiente, detener el cambio climático, y construir un nuevo sistema para el seguro de salud.  Su reforma de impuestos va a poner en riesgo los programas sociales básicos para nuestra población y va a aumentar la inequidad en los Estados Unidos.

Nos va a tomar tiempo reparar las instituciones de nuestra democracia, reconstruir el tejido social y contrarrestar los demonios del racismo que Trump ha convocado, los prejuicios anti-LGBTI, la xenofobia, y sobre todo, las fuerzas anti-inmigrantes que Trump abrió como la caja de Pandora en nuestro país.

Pero ojalá Trump dejara a Colombia en paz.

Directora, Latin America Working Group, en Washington, DC.