Tres hombres con caras pálidas miran al infinito por la ventana del segundo piso de Washington Heights Corner Project, un centro para la reducción del daño en Nueva York. Cerca de ellos hay una barra, en la que ofrecen kits para el consumo seguro de drogas, dispositivos y manuales para reducir el riesgo de contagio de la hepatitis C, el VIH o la muerte por sobredosis. Al fondo se ven unas oficinas en un laberinto de cajas de condones, jeringas, folletos, ropa. A primera vista un lugar confuso para una persona ajena a la reducción de daños.

El Corner Project es un establecimiento de atención a usuarios de droga ubicado en el vecindario de Washington Heights, una zona de Nueva York marcada por altas tasas de consumo de heroína y de habitantes de calle. A este centro entran voluntariamente personas que quieren consumir drogas bajo supervisión de un profesional. No en la calle, en riesgo de ser detenidas, sino en una sala especializada para el consumo, con acompañamiento psicológico y médico, con los kits necesarios para reducir riesgos al consumir. El propósito claramente no es suprimir el consumo, sino algo mucho más realista: darle la posibilidad a las personas de consumir de la manera menos dañina posible.

Este proyecto empezó en 2005, repartiendo jeringas para reducir la dispersión de enfermedades de transmisión sanguínea entre usuarios de drogas intravenosas de la población sin hogar de Washington Heights. Pero pronto comenzó a ser frecuentado por otros participantes, como trabajadores sexuales, personas que comen pastillas con opiáceos o fuman crack. La cantidad de público hizo necesario incrementar el trabajo con instituciones de base y estatales, para conectar a los usuarios con el servicio y el tratamiento que cada uno necesita.

Hoy a los servicios del Corner Project acceden individuos en riesgo de contraer hepatitis C, VIH o morir por sobredosis. El centro, que funciona con financiación pública y privada, tiene suficiente campo legal y una relación armoniosa con la policía neoyorquina que le permite tratar a los consumidores como personas y no como criminales. Sólo con cruzar la puerta del centro, los usuarios ya están reduciendo potenciales daños como la criminalización y la estigmatización que les produce consumir o portar droga en cualquier otro lugar.

A los usuarios de drogas no se les proporciona la sustancia, porque eso sería ilegal, pero sí los mecanismos y asesoría para consumirla de la manera menos riesgosa posible. Además, como el enfoque de reducción de daños consiste en adaptarse a las necesidades del usuario, las personas encuentran allí un lugar para lavar su ropa, acceder a salas especializadas para consumo de heroína y tomar una ducha en baños diseñados para consumidores, que tienen citófono y dispositivos para jeringas usadas. Según nuestro guía, “parecen detalles mínimos, pero gracias a eso en el baño se han revertido 17 sobredosis y más de 120 en total en el centro”.

En un día pueden asistir al centro alrededor de 40 personas. En 2014 atendieron a 1.700 individuos, les dieron jeringas, entrenamiento para la prevención de sobredosis, pruebas y tratamiento para la hepatitis C, y muchos fueron referidos a tratamiento de drogas y a servicios de salud.

Lo esencial para revertir una sobredosis es alcohol, un lapicero y Naloxona, la cual abunda en los centros de reducción de daños en Nueva York, pero es casi imposible conseguirla en Bogotá. Como explica Daniel Wolfe, director de International Harm Reduction Development, la Naloxona es una medicina económica y efectiva que revierte sobredosis de heroína y otros opiáceos, sin efectos colaterales. Cualquiera puede ser entrenado para administrarla y en muchos países a los usuarios de droga y a miembros de familia se les entrega como medida de prevención. En EE.UU., la estrategia de drogas de 2014 ordenó que en todas las patrullas de policía hubiera Naloxona.

En Colombia, la Naloxona permanece bajo llave en hospitales y tiene estrictas medidas de control. Wolfe dice que, “mientras haya gente muriéndose de sobredosis en Colombia, esa medicina debería salir a donde está esa gente. Esta es una de las mejores prácticas internacionales y debería ser una estrategia nacional”.

Estrategia que fortalecería las experiencias piloto de reducción de daños en el país, como los programas de agujas y jeringas que existen en Pereira, Bogotá y Cali.

Programas de reducción de daños se han dado de formas muy variadas en Europa desde los 80 y se han expandido por varios países. Hoy en Canadá hay dispensadores de pipas para usuarios de crack o casas especiales para usuarios de crack. En Europa hay salas de consumo donde se provee la sustancia a consumir, en Latinoamérica hay programas para proveer hogar a consumidores de pasta base.

Pero la reducción de daños no sólo se dirige a drogas ilegales, sino que se utiliza frente al alcohol o el tabaco. Las campañas para advertir sobre los daños que genera el tabaco y proteger a los fumadores pasivos, o las campañas para designar conductores elegidos para evitar accidentes causados por conductores ebrios, son estrategias de reducción de daños que evitan muchas muertes.

En las noches, miembros del staff de Corner Project hacen reducción de daños en otra de sus formas: reparten miles de condones en lugares nocturnos de Manhattan, para prevenir el contagio del VIH. Hay un raciocinio esclarecedor sobre la reducción de daños frente al VIH: piense que usted tiene el virus, ¿va a dejar de tener sexo? No. Pero es posible reducir los daños que se pueda hacer a usted mismo y a los demás. Puede recibir asesoría médica y social y seguir su vida reduciendo al máximo su sufrimiento. El mismo principio aplica para las personas que consumen drogas y no piensan dejar de consumir.

La reducción de daños es una aplicación muy realista del discurso sobre salud pública. La Asamblea General de la ONU y múltiples agencias de esa organización han validado el uso de la reducción de daños contra el VIH y han creado fondos especiales para impulsarlo en el mundo. La ONU no pone en cuestión la efectividad de estas medidas para prevenir el VIH y las muertes relacionadas con drogas.

A pesar de la abundante evidencia de experiencias exitosas de reducción de daños en muchos países, donde no se ha incrementado el consumo estable y sí se han evitado muertes e infecciones, el término “reducción de daños” no fue mencionado en el borrador del documento a adoptarse en Ungass 2016. Sin embargo, el término está implícito en el texto y en su enfoque de salud pública. Este encuentro global abre aún más el campo para avanzar en estrategias de este tipo.