Esta celebración puede ser considerada como una evidencia más de que Taiwán es parte de China. Bastaría recordar que su nombre oficial es, precisamente, República de China. A lo anterior no habría nada que objetar, excepto por la salvedad de que la China a la que pertenece Taiwán es a civilización milenaria de Confucio y Lao Tse. No hay duda alguna de que Taiwán echa sus raíces en la misma cultura de quienes habitan dentro de las fronteras de la República Popular China, y también fuera de ellas, como ocurre con los millones de descendientes chinos en Singapur, Malasia e incluso Estados Unidos. Sin embargo, esta identidad cultural no equivale a identidad política. Taiwán no es parte del régimen político cuya sede es Beijing.

La historia reciente de Taiwán tiene como referente inmediato la Guerra Civil China, que se inició en 1945 y que, aparentemente, concluyó en 1949. Ese año, las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai-shek se replegaron en Taiwán, donde instalaron un gobierno en oposición al régimen comunista de Mao Zedong. Con el fin de la Guerra Fría, el gobierno de Taiwán abandonó su postura hostil hacia Beijing. En un acto de sensatez histórica, renunció a la pretensión de ser el único y verdadero representante del pueblo chino. Esta pretensión ya había sido contundentemente denegada en la Asamblea General de Naciones Unidas veinte años antes, cuando la silla permanente de China en el Consejo de Seguridad le fue entregada a los representantes del régimen comunista.

El tema es que el gesto amistoso de Taiwán no fue correspondido por Beijing. Para los sucesores de Mao, Taiwán es una parte de China, a la cual se tiene que reunificar a las buenas o a las malas. Después de que Taiwán tuvo sus primeras elecciones presidenciales en las cuales compitieron candidatos de distintos partidos, algo inédito en el mundo chino, la República Popular China realizó un también inédito despliegue de fuerza: el repetido lanzamiento de misiles que cayeron en aguas taiwanesas. Los Estados Unidos enviaron entonces un gran número de naves a patrullar las aguas internacionales con el propósito de persuadir al régimen chino de desescalar la crisis que había iniciado.

En el corto plazo, los estadounidenses lograron su objetivo; en el mediano y largo plazo, Beijing les mostró que han estado lejos de hacerlo. Luego de que Taiwán consolidara su transición a la democracia con la llegada al poder de un partido de oposición, el régimen comunista aprobó una ley que ordena la reunificación de Taiwán, para lo cual autoriza el uso de la fuerza, si llegara a ser necesario. Desde entonces, Beijing ha aumentado considerablemente su potencia militar aérea y naval, y ha desarrollado una gran capacidad para realizar ciber-ataques. La infraestructura de Taiwán es objeto de esos ataques todos los días, y en gran número. La consolidación de la identidad política taiwanesa ha exacerbado en Beijing el deseo de una solución militar que pareciera ser el último capítulo de la Guerra Civil China. En realidad, sería el comienzo de una Tercera Guerra Mundial.

Como sucede con cualquier conflicto, en el caso de la República Popular China y Taiwán uno debe esforzarse por ponerse en los zapatos de cada uno, y mirar las cosas desde ambas orillas. Sumido en un profundo proceso de decadencia, el imperio chino estaba en la mira de las potencias occidentales que, si hubieran podido, lo hubieran desmembrado y habrían reducido la nación china a una colección de países sometidos su órbita de influencia. La república de Sun Yat-sen le puso freno a ese proceso, pero no pudo resistir la embestida del imperio japonés, que ocupó gran parte de su territorio. Finalizada la Segunda Guerra Mundial y, luego, la Guerra Civil, la dirigencia comunista china considera haber superado el que llama “el siglo de la humillación”, en referencia a los tratados gravosos e inequitativos que China firmó con las potencias que la atacaron y la ocuparon. El restablecimiento de la jurisdicción china sobre Macao y de Hong Kong, que estaban en manos de Portugal y el Reino Unido, respectivamente, puede ser tomada como una confirmación posterior de la recuperada dignidad de la nación china. Sólo faltaría la reunificación de Taiwán.

Desde la orilla taiwanesa, las cosas se ven de otro modo. De partida, la isla de Taiwán sólo fue incorporada al imperio chino muy tardíamente, a finales del siglo diecisiete. Esto derrumba la afirmación de que “siempre” ha hecho parte de China. Además, el imperio chino, a cuya cabeza se habían puesto los manchúes, nunca tuvo interés en controlar todo el territorio de la isla ni puso mucho empeño en conservarlo. Esto se hizo patente a finales del siglo diecinueve, luego de la primera guerra sino-japonesa, que concluyó con un tratado en el cual China le cedió Taiwán a Japón. Durante el tiempo de la ocupación, la posición oficial del Partido Comunista Chino fue la de apoyar los esfuerzos de coreanos y taiwaneses de formar una nación independiente. Después de la Declaración de El Cairo, en la cual los Aliados accedieron al pedido de que Taiwán le fuera restituida a China después de la Guerra, el Partido Comunista Chino cambió de opinión y convirtió a Taiwán en una de sus obsesiones.

Esa obsesión recibe el nombre de irredentismo por referencia al carácter irredento, esto es, no liberado, que le atribuyen a un territorio quienes lo reclaman. Es un reclamo muy sesgado pues China no le reclama a Rusia los territorios de Manchuria que perdió como consecuencia de los “tratados desiguales”. Tampoco se ha propuesto anexarse Mongolia, aunque tiene un territorio llamado Mongolia Interior, por la sencilla razón de que la Unión Soviética contribuyó a su establecimiento. En otras palabras, si los perdedores de la Segunda Guerra Mundial hubiesen sido los rusos y no los japoneses, el irrendentismo de China estaría mirando para otro lado.

Y, si esto fuera poco, habría que preguntarle a los taiwaneses si sienten que viven en un territorio irredento y si su mayor deseo es el de unirse a la República Popular China. Esta es una opción a la que se opone rotundamente Beijing. Para la dirigencia del Partido Comunista Chino, la opinión del pueblo taiwanés vale poco o nada. Es precisamente esa opinión, en realidad, mucho más, el profundo sentir del pueblo taiwanés, el que impide la reunificación. De ser un estado autoritario, Taiwán pasó a ser una democracia, la cual es ejemplar en muchas dimensiones. Por eso, la gran mayoría se identifica políticamente como taiwanesa, no como china.

Ojalá la celebración del Día Nacional de Taiwán contribuya a que la opinión pública del resto del mundo se empape mejor de la complejidad del conflicto en el cual está involucrada esta nación y contribuya con su apoyo a encontrar una solución que preserve la dignidad de China sin tener que pasar por encima del derecho a la autodeterminación del pueblo taiwanés.

* Abogado, Ph D en ciencia política, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia.