Alfredo Román Tapia Centellas de 45 años fue capturado el miércoles acusado por la Policía y por 122 víctimas de ser un violador en serie. El hombre era parte de la Junta Escolar del Distrito 3 de La Paz, (Bolivia),  era delegado ante el Servicio Departamental de Educación (Seduca) de esa ciudad y, además, miembro del tribunal de disciplina de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve). 


Alfredo Román Tapia asegura que la Policía fabricó las pruebas en su contra, pero la fuerza anticrimen y la Fiscalía cuentan con una gran cantidad de testimonios y pruebas que lo incriminan, por lo que piden que sea remitido a la cárcel de Chonchocoro.

El acusado ya estuvo en la cárcel de San Pedro en 1999 por los delitos de violación y robo (entonces tenía al menos 60 denuncias de abusos sexuales en su contra), pero fue liberado por la entonces jueza 4 de Instrucción en lo Penal, Elsa Livia Molina Saravia, en abril de 2001, según un informe.

A su salida de la cárcel, Tapia continuó acechando y violando a menores de 12 a 17 años de edad. El director de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc), Hernán Rodríguez, informó que el acusado es perseguido desde hace dos años, y por fin fue aprehendido al salir de una reunión en el Seduca.

“Tenemos una gran lista de denunciantes son 122 casos y las víctimas han reconocido a este sujeto. Es un caso peculiar es un violador en serie”, sostuvo el jefe policial.

CON CUCHILLO El director nacional de la Felcc, Jorge Toro, relató que uno de los últimos casos denunciados es el de una adolescente de 16 años que fue interceptada por Tapia. “Le colocó un cuchillo a la altura del tórax fue reducida y cometió el delito de violación. Este caso ocurrió en la autopista”. Alfredo Román Tapia afirma que es padre de nueve hijos y que se gana la vida vendiendo juguetes.

Según los antecedentes delictivos de Alfredo Román, él se inició en el mundo del hampa como ladrón de la especialidad “lancero” y ultrajó a jovencitas durante más de 24 años. Sus víctimas tienen testimonios desgarradores y similares. Los describían como un hombre alto, de tez morena, robusto, que tenía una cicatriz vertical en la nariz y usaba un gorro de lana.

Contaron que las abordaba con el pretexto de preguntar la hora o les pedía que tocaran una puerta para preguntar por su enamorada. Cuando la víctima desconfiaba, la intimidaba con una navaja y la obligaba a ir con él hasta algún lote baldío donde le exigía que se desvista y que diga que sí a todas sus fantasías sexuales. En un desfile identificativo lo reconocieron plenamente.