Quizá valga la pena meditar sobre Brexit a la luz de algunas obras de Shakespeare que se escribieron bajo el reinado de Jacobo I.

En el año 1603 Inglaterra se enfrentaba a una gran incertidumbre: muere la reina Isabel I, quien desde 1558 ha gobernado la nación. Isabel no tiene hijos y es el fin de la casa de los Tudor. Su sobrino, el rey Jacobo VI de Escocia, es el heredero al trono y se le conocerá como Jacobo I de Inglaterra. El nuevo rey emprende su viaje a Londres a tomar posesión de la corona en compañía de algunos de sus favoritos escoceses. La xenofobia se desata y comienza a recorrer las calles y los campos.

—¡Cómo es posible que un rey inglés se rodee de escoceses!—, gritan algunos nobles.

El rumor y el chisme insuflan los espacios públicos. Londres todavía no tiene periódicos ni columnas de opinión, pero sí un teatro efervescente, que es el gran lugar de encuentro. La ciudad cuenta con 10 teatros activos, entre ellos el Globe de Shakespeare. Escocia no tiene ninguno.

Ahora bien, Jacobo ha sido educado como protestante y sabe que debe ser cuidadoso con el tema religioso. Su madre, María Estuardo, era católica y murió por ello. Su matrimonio con Ana de Dinamarca, también católica, alimenta las sospechas. Cuando Jacobo arriba a Londres no es del todo bienvenido. Pero el nuevo rey, a pesar de no ser carismático, tampoco es tonto. Se considera un intelectual y poeta.

Le impresionan la riqueza de los ingleses y la vibrante escena teatral que se respira en la ciudad. Pero debe ganarse a los puritanos y conoce sus odios hacia el teatro. Decide decretar que el domingo, día de descanso del Señor, no haya funciones. Eso les agrada. También les encarga una traducción de la Biblia, expurgándola y confiriéndole un tono más protestante. La traducción llevará su nombre: The King James Bible. Por cierto, se transformó con el tiempo en el libro más vendido del mundo.

Pero si Jacobo con la mano derecha rasguña al teatro, con la izquierda lo va a acariciar. Nombra a la compañía de Shakespeare y sus compañeros actores como miembros de la corte, convirtiéndolos en los Hombres del Rey. El teatro pasará a tener un prestigio del cual carecía.

La xenofobia y el odio hacia el extranjero conserva una dinámica difícil de controlar. El desprecio a los escoceses domina el corazón de los ingleses. La inquina se dirige a los favoritos de la corte. Y la xenofobia será la leña que alimenta el fuego de la conspiración y la tragedia.

Ahora bien, la época de Isabel también se vio cargada de conjuras. Shakespeare sabe que debe trabajar con cuidado estos delicados temas. Su obra Ricardo II estuvo a punto de meterlo en más de un lío en los años isabelinos.

Sir Walter Raleigh, uno de los favoritos de la reina Isabel, encabeza un complot para derrocar al rey Jacobo. El rey atrapa a los conspiradores, quienes tienen la soga al cuello y están a punto de caer para siempre en el vacío. Pero Jacobo es consciente, al igual que Shakespeare, que el mundo es un teatro y que él es el gran director de escena. Y en el preciso momento en que van a morir, envía un emisario para que se arrepientan, porque tienen un rey misericordioso que conmutará la sentencia.

—Un rey benévolo y magnánimo—, grita la gente.

El rey ha acuñado el término Gran Bretaña, y está convencido que su reino debe ser uno solo. Su idea es unir e ir más allá de las nacionalidades. Por eso también les entrega una bandera el Unión Jack, a partir de las combinaciones de las banderas de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Su idea es sumar más que restar y mucho menos dividir. Busca ante todo crear una entidad transnacional.

Pero la xenofobia no tiene memoria y las confabulaciones no van a cesar. La rebelión cobra fuerza. El 5 de noviembre de 1605, el rey Jacobo tendrá que soportar otra terrible conjura, que no sólo intenta volarlo a él sino a toda su familia: la conspiración de la pólvora. Los conspiradores fracasan de nuevo, pero el rey ya no será tan magnánimo y culpará y perseguirá a los católicos y en particular a los jesuitas.

Jacobo buscó cambiar la mentalidad de los ingleses, pero no dejó de enfrentar divisiones, intrigas y rebeldías. Aun a dramaturgos como Ben Jonson se les va la mano y hacen gala de los estereotipos y odios irracionales que anidan en el alma de los ingleses con chistes ramplones sobre los escoceses y afirmando que todos deberían ser enviados a América. Lógicamente, el rey y sus censores no pasaron por alto sus comentarios y Jonson terminó encerrado en la cárcel amenazado con perder sus orejas y nariz. Para su fortuna, no pasó de ser una simple advertencia.

No es casual que Shakespeare escriba en estos aciagos años obras sobre divisiones e intrigas. Un ejemplo de las divisiones sería el rey Lear, que termina por ser una de las obras cumbres de la dramaturgia. El drama comienza cuando Lear rompe y divide su reino a cambio de declaraciones de amor por parte de sus hijas.

La obra, como muchas otras de Shakespeare, se basa en otros autores. Lear tiene su origen en una comedia anónima con final feliz. Pero Shakespeare sabe bien que las divisiones territoriales y políticas no son asunto de comedia. Más aún, las particiones y rompimientos sólo generan dolor y conducen a la tragedia. La historia del rey Lear desemboca en la locura y al final de su angustioso recorrido el pobre Lear parece un animal herido bramando la muerte de su querida hija Cordelia, a quien carga, aullando de dolor.

Las divisiones y conspiraciones, así como la xenofobia, nunca terminan bien. No es casual que Shakespeare escriba Macbeth inmediatamente después de la conspiración de la pólvora en 1605. La acción en Macbeth tiene lugar en Escocia. Si se analiza con cuidado esta obra, la palabra recurrente que marca la trama es equivocation, como bien lo explica el profesor James Shapiro, de la Universidad de Columbia, en su maravilloso documental titulado: Shakespeare, The Kings Man.

Equivocation es una palabra de raíz latina y es la misma de equivocación en español. Sin embargo, la palabra en inglés tiene un paisaje más amplio, ya que también significa mentir, engañar, confundir. Y sin duda Macbeth está llena de equivocations. A partir del engaño, Macbeth se apodera de la corona.

Ahora bien, esta tragedia es, al igual que el rey Lear, un impresionante drama psicológico. Pero siempre que uno intenta resumir en pocas líneas una obra clásica como esta, con la gigantesca dimensión que encierra, termina por empobrecerla. Por ello, sólo quiero señalar que después de todas las intrigas y conspiraciones, al final Malcolm, el heredero legítimo de la corona, termina por ser proclamado rey. Un final que sin duda satisfizo a Jacobo I.

Es claro que estas obras de Shakespeare nos advierten que las conspiraciones y las equivocations, desembocan en la tragedia. Ojalá las divisiones, los engaños y la xenofobia que ahora padece Inglaterra con Brexit, no termine en una de corte shakesperiano.

* Autor de novelas como “Migas de pan” y “El rumor del Astracán”.