“Voy a la ciudad/ voy a trabajar/ ahí está el placer/ lo voy a buscar/ voy dejando atrás/ aquel basural/ que me hizo odiar/ tu forma de amar/ cómo me llaman/ eso no importa/ yo te vengo a buscar/ te vengo a buscar”, reza Tania, una de las canciones más famosas del recientemente fallecido cantante Joe Arroyo, el artista insignia de la salsa en Colombia. Su legado va mucho más allá de una lista infinita de canciones, y su herencia, más que una pila de discos, deja una marca indeleble en una generación entera.


El pasado 26 de julio, la voz del Centurión de la noche, Mary, En Barranquilla me quedo, Noche de arreboles, Ella y tú y muchas canciones más, se fue a cantar a otro lugar, uno donde las dolencias del cuerpo ya no lo aquejan. Murió el gran Joe, el nacido en Cartagena y adoptado por Barranquilla, el hijo querido de todos los colombianos.

Unos dicen que se fue por su adicción a las drogas; que los excesos no le permitieron seguir adelante con el show, comentan otros, o que murió de pena moral, al no estar con el amor de su vida, su ex esposa Mary Luz Alonso; pero de nada tenemos certeza, lo único innegable es que su partida dejó un espacio vacío en los escenarios, que será muy difícil de llenar. 

Y aunque hayan sido la hipertensión, la diabetes y las fallas renales las causas de su muerte, a los colombianos les gusta pensar en el romanticismo que enmarcó su vida, para imaginar que ésa no fue la causa real de su deceso. Para muchos es mejor creer que fue de amor que realmente murió, o que fueron las penas las que no lo dejaron vivir más, pues su vida fue una sola canción, una que cantaron todos a coro. 

Poniéndole notas musicales a cada momento de su existencia, el Joe permitió que sus seguidores de alguna manera compartieran su camino con él. Fue así como le contó a todos que Tania, su hija, era su gran orgullo, y luego, a pesar de perderla por un paro cardíaco, a los 26 años, le siguió rindiendo homenaje cada vez que entonaba su canción; y de la misma manera le declaró su amor a Mary, cantándole en complicidad con sus fans a la mujer “tentadora, sensual, de boca encantadora” que era capaz de hacerle olvidar sus dolores.

Y cantando también dijo A mi Dios todo le debo, luego de sobrevivir a varios quebrantos de salud que lo mantuvieron alejado de los escenarios. La canción se convirtió en el tema oficial de su regreso, y también en un himno de superación para muchos de sus seguidores, quienes nunca, ni siquiera después de su muerte, lo han abandonado.

Después de una vida pública tan agitada, era de esperarse que su despedida fuera también del dominio de todos; sin embargo, es una lástima que su último adiós se haya visto enlodado por la polémica, cuando Mary y las hijas del cantante aseguraron durante sus últimos días, que Jackeline, su actual esposa estaba explotando al Joe, ignorando su estado de salud. 

Sin embargo, así fue la vida de Arroyo hasta el final, un cancionero repleto de historias, con el que muchos se identificaron por más de cuatro décadas. El gran músico que soñaba desde pequeño con ser cantante, en su barrio Nariño en Cartagena (cuando cantaba con la cabeza metida dentro un balde para oír su voz), fue también un gran personaje, uno que ha dado para escribir libros y hacer telenovelas.

Joe Arroyo ya no está, se fue a buscar a su Tania, a contarle que, allá abajo, su nombre se hizo tan famoso como él mismo, y que millones de personas cantaron y bailaron con él para recordarla.