Birmania cumple este jueves tres años de un golpe militar, con el ejército hostigado por decenas de milicias que lograron avances significativos.

Desde el golpe del 1 de febrero de 2021 que desalojó del poder a la dirigente electa Aung San Suu Kyi, el ejército regular lucha contra decenas de milicias conformadas por jóvenes militantes prodemocracia, que tomaron las armas en distintas regiones del país, principalmente el norte.

Las hostilidades cobraron impulso a fines de octubre en el estado de Shan, en el norte, con la “operación 1027″, lanzada por una alianza de grupos armados conformados por diversas etnias.

El Ejército de Arakan (AA), la Alianza Democrática Nacional de Birmania (MNDAA) y el Ejército de Liberación Nacional Taang (TNLA) decidieron entonces aprovechar la debilidad de las fuerzas regulares para relanzar una vieja guerra por el control de territorios y de recursos naturales.

Equipados de bombas rudimentarias, lanzadas desde drones civiles, sus aguerridos combatientes sumaron victoria tras victoria y se hicieron con numerosas bases militares y hasta con carreteras estratégicas en el comercio con la vecina China.

Un ejército desmoralizado

El éxito de la operación 1027 ha suscitado desacuerdos en la junta militar y deserciones masivas en las fuerzas armadas. Miles de soldados huyeron a India y China, e incluso hubo críticas públicas inéditas entre simpatizantes notorios del ejército.

Este mismo miércoles, y en vista de la situación, la junta decidió prolongar otros seis meses el estado de emergencia, vigente desde el golpe. Los militares argumentaron que “la situación no ha vuelto a la normalidad”.

La decisión retrasa además las elecciones prometidas por los militares desde que tomaron el poder en febrero de 2021. Más de 4.400 personas murieron en la represión posterior al golpe, según una organización local.

“La junta nunca ha sido tan débil”, afirma a AFP Htwe Htwe Thein, de la Universidad Curtin de Australia, quien cree que ahora “se antoja posible que el ejército (…) sufra una serie de derrotas significativas”.

A inicios de enero, China, aliada de la junta militar birmana, medió en la obtención de un alto el fuego que puso fin a los combates en el estado de Shan, y que permitió a las milicias MNDAA y TNLA consolidar sus nuevas posiciones.

Entre ellas se encuentra la ciudad fronteriza de Laukkai, “capital” del juego, la prostitución y el tráfico de drogas a poca distancia de la frontera china. Los seis generales considerados responsables de la pérdida de la ciudad se exponen ahora a la pena de muerte.

Más allá de esta zona, los enfrentamientos continúan más al oeste, en el estado de Rakhin, donde la milicia AA dijo el 25 de enero haber tomado el puerto de Pauktaw, y asegura controlar varias posiciones cerca de la frontera india.

Según fuentes militares que pidieron anonimato, las fuerzas armadas están desmoralizadas, un fenómeno que se observa incluso en la cúpula.

A inicios de mes, un monje budista se dirigió a la multitud en Pyin Oo Lwin, una ciudad que alberga una academia militar de élite, y exhortó al jefe de la junta Min Aung Hlaing a dimitir. Un mensaje que fue muy compartido en redes sociales.

“Violencia extrema”

Los analistas estiman, en cambio, que es prematuro predecir una caída de la junta militar, o un cambio de dirigentes.

La hoja de ruta de las milicias, agrupadas en la llamada Alianza de la Fraternidad, no está muy clara. Tampoco se sabe si tienen la intención de ir más allá de sus ambiciones regionales e influir en la lucha por la democracia a nivel nacional.

El TNLA no ha dicho si tiene objetivos militares fuera del territorio que dice controlar en el estado de Shan. Una fuente cercana al MNDAA declaró que el grupo está trabajando en la instalación de una nueva administración en Laukkai, sin más detalles por el momento.

En cualquier caso, las importantes pérdidas en el campo de batalla podrían empujar a los generales a jugarse el todo por el todo.

“Desde hace tiempo, el terror, la violencia extrema, las violaciones, la tortura, el saqueo y el incendio de pueblos forman parte de la doctrina militar operativa”, indica a AFP David Mathieson, un experto independiente especializado en Birmania.

La junta militar “piensa que la constancia en las atrocidades y una gran potencia de fuego garantizará la supervivencia del régimen”, apunta el experto.

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