“El que toca un acordeón también debe cantar”.

Esa era la tajante consigna de los juglares vallenatos por los años sesenta. Para esa década comenzó a escindirse la figura del habilidoso juglar que componía, cantaba y ejecutaba el acordeón. Algunos acordeoneros buscaron a vocalistas para descansar su voz en los intérpretes de las canciones que tocaban en parrandas.