China y América Latina, las regiones que mejor han soportado la crisis financiera mundial, han utilizado estos años de depresión generalizada en Occidente para dar un salto cualitativo y cuantitativo a sus relaciones bilaterales. Pekín ha encontrado al otro lado del Pacífico la importante fuente de materias primas que precisa para alimentar la locomotora de su desarrollo y se ha lanzado sin reparos a su conquista. El desembarco chino, sin embargo, comienza a crear resquemor y a dificultar unas relaciones a las que todos los países involucrados atribuyen un marcado valor estratégico.

En el primer trimestre de este año se superaron todas las expectativas de expansión bilateral. Según el Ministerio de Comercio chino, el comercio entre China y América Latina y el Caribe (ALC) registró un crecimiento interanual del 44 por ciento en los tres primeros meses de 2011, hasta alcanzar los 47.900 millones de dólares (36.000 millones de euros).

Mientras Estados Unidos se concentraba en su guerra contra el terrorismo y descuidaba su relación con los países que se encuentran al sur de su frontera, Pekín se proponía hacer de América Latina su principal mercado de productos manufacturados de medio y alto nivel tecnológico. Así, ha firmado importantes contratos con Brasil y Argentina para suministrar, entre otros, trenes eléctricos y de alta velocidad para los metros de Río de Janeiro y Buenos Aires.

Sin embargo, esos dos países son precisamente los que ahora exigen un reequilibrio en los intercambios comerciales. No quieren ser inundados por manufacturas chinas mientras Pekín reduce sus compras a materias primas. Argentina incluso ha llegado a proponer aMERCOSUR en junio pasado, a través de la ministra de Industria Débora Giorgi, el establecimiento de barreras conjuntas para limitar las importaciones chinas.

Es importante que América Latina no repita en sus relaciones con China el modelo del siglo XIX, sino que persiga un modelo integral, en el que los intercambios incluyan tanto materias primas como productos manufacturados, que son los que crean empleo y riqueza en los países.

La necesidad de equilibrar el comercio fue el primer tema abordado por la presidenta Dilma Rousseff durante su visita oficial a China, en abril pasado, poco después de tomar posesión del cargo. Brasil, orgulloso de los avances alcanzados en las dos últimas décadas no está dispuesto a aceptar el menor tinte de una relación colonial con China. De ahí, el compromiso alcanzado para establecer en Brasil una fábrica de trenes, de manera que además de la exportación, China transfiera la tecnología y facilite la generación de empleo local. Rousseff regresó también con un pedido de otros 35 aviones comerciales Embraer 190.

Hasta el 30 de abril pasado, el fabricante brasileño había vendido en China 135 aeronaves, de las que 90 ya habían sido entregadas, según la agencia Xinhua, que destaca que en los próximos 10 años, “China necesitará 470 aviones comerciales, con un valor de 40.000 millones de dólares”, lo que Embraer tratará de aprovechar al máximo.

En tren, en avión, en coche o en barco las relaciones de China con AMC han tomado un ritmo vertiginoso, alentadas por el establecimiento en la última década de “asociaciones estratégicas” con Brasil, Venezuela, México y Perú. Además, Pekín ha suscrito Tratados de Libre Comercio (TLC) con Chile (2005), Perú (2009) y Costa Rica (2010).

Latinoamérica debe “diversificar” sus ventas y promover las inversiones en el gigante asiático