Trabajadores de la morgue levantan el cuerpo desmembrado de un hombre, arrojado a plena luz del día en una calle de Acapulco. Luego, recogen una pierna cercenada y una bolsa con su cabeza.

Así, a pedazos, la víctima es trasladada al único centro forense de este balneario mexicano, que acumula cadáveres sin reclamar.

Dentro de sus frías cámaras frigoríficas, los cuerpos reposan de dos en dos en gavetas previstas para un solo cadáver, un lúgubre recordatorio de la violencia del crimen organizado que convirtió a esta turística ciudad costera en la capital mexicana del homicidio.

Las autoridades concedieron a la AFP una inusual visita a esta morgue y abrieron las puertas de algunas de sus cámaras mortuorias.

La mayoría de los cuerpos está en bolsas grises, pero dos pies desnudos sobresalen de una gaveta. En otra una bolsa roja está marcada con el rótulo «feto». Una cucaracha corretea en un repisa.

Hay 174 cadáveres en las cámaras, que sólo tienen capacidad para 95. Tres de ellos languidecen ahí desde 2012.

Media hora después de la llegada de otro decapitado, el olor a muerte se extiende en el aire cálido alrededor de las tres mesas de autopsia que sobrevuelan las moscas.

La morgue está «saturada por la cuestión de la violencia y porque muchos cuerpos no son reclamados», explica Carlos de la Peña, el secretario de Salud de Guerrero (sur), que gestiona las tres sobrepobladas morgues del estado.

– Cadáveres diarios –

Diez doctores trabajan en la morgue de la antes glamurosa Acapulco, donde 902 personas fueron asesinadas en 2015 y 461 más en el primer semestre de este año, según cifras oficiales.

Con 810.000 habitantes, esto implica un índice de 111 homicidios por cada 100.000 personas y coloca a Acapulco entre las ciudades más violentas del mundo fuera de zonas de guerra.

Las neveras de la morgue guardan actualmente los restos de 53 víctimas de asesinato y los huesos de 16 personas hallados en fosas clandestinas o en zonas remotas de la ciudad.

Los demás sufrieron muerte natural, fueron víctimas de accidentes o son restos de un crematorio que cerró el año pasado.

«Hay familiares que saben que los cuerpos están aquí, pero no los reclaman y no sabemos por qué», dice Carlos Estrada, coordinador de la morgue.

Estrada, de 61 años, recuerda que hace 20 años este centro forense recibía dos o tres cuerpos al día, la mayoría víctimas accidentes. Ahora son de tres a cinco, la mayoría asesinados.

«Es impactante porque muchas veces estamos trabajando con un cuerpo de un desconocido», señala. «Sin embargo, es un trabajo que hay que hacer».

No será hasta dentro de dos meses que se empiece a enterrar los cuerpos no reclamados, cuando los peritos se pongan al día con el trabajo atrasado.

– Despliegue militar insuficiente –

Al menos 10 personas fueron reportadas como asesinadas en Acapulco durante la visita de cinco días de la AFP la semana pasada.

Una señora fue asesinada cerca de la morgue. Dos personas murieron en un tiroteo en un bar de striptease. En total, las autoridades hallaron tres cuerpos decapitados.

«He tenido guardias con seis, siete, ocho cuerpos», asegura José Esteban Anzastiga, conductor de las camionetas de la morgue.

Un 95% de los asesinatos de Acapulco están vinculados al crimen organizado, estima el vocero de seguridad de Guerrero, Roberto Álvarez.

Los principales grupos que luchan por el control de la venta de drogas en este estratégico puerto del Pacífico son el Cártel Independiente de Acapulco (CIDA) y los Beltrán Leyva, ambos con pugnas internas.

Álvarez reconoce que aunque miles de soldados y policías patrullen la ciudad no son suficientes para resolver la «crisis de seguridad» de Acapulco, que tiene que ir acompañada de una mejora económica y de una participación más activa de los ciudadanos a la hora de reportar los crímenes.

El esfuerzo estéril para recabar testimonios fue evidente en el hallazgo del cadáver con las piernas cercenadas y la cabeza embolsada el pasado 14 de julio en una avenida del peligroso barrio de San Agustín.

«¿Usted vio algo?», le preguntó un perito a una señora que miraba la escena a través de la reja de su humilde casa. «No vi nada», contestó ella.

La mayoría de veces nadie ve nada. La AFP habló con 10 vecinos y todos respondieron lo mismo.

– El ritmo del miedo –

«Nos acostumbramos al ritmo del miedo», manifestó a solo unos pasos del cuerpo un vecino de 60 años, que no quiso dar su nombre por razones de seguridad.

«Para nosotros esto ya no da miedo», zanjó este mexicano que la semana pasada tuvo que lanzarse al suelo durante una balacera contra una parada de taxis.

Pero, además de los tiroteos, en este barrio de Acapulco los vecinos sufren todo tipo de crímenes de parte de los narcotraficantes, incluso extorsiones para permitir la celebración de fiestas.

Este espiral de violencia ha dejado secuelas a muchos.

Médicos Sin Fronteras, organización conocida por ayudar a víctimas de guerras, instaló un centro de salud mental en enero de 2015 en este barrio.

Desde entonces, más de 1.100 personas han sido atendidas por sus psicólogos después de haber padecido amenazas, extorsiones, secuestros y tortura de los criminales.

La mayoría sufre depresión y ansiedad fruto de estrés postraumático, pero muchos tienen sobre todo miedo de hablar.

«Creemos que hay más» afectados, lamenta Edgardo Zúñiga, el coordinador del programa.