El “otoño americano” asomó ayer su rostro multirracial y sus reivindicaciones de democracia y justicia igualitaria a los pies del monumento a Washington, una estructura que hace pocas semanas se sacudía y fracturaba al paso de un terremoto.

En esta ocasión, el majestuoso obelisco dedicado a Washington fue arrollado por un aluvión humano de rostros negros, blancos, amarillos y cobrizos, en una jornada de protestas que se multiplicaron por el mapa de Estados Unidos para dar rienda suelta a unos reclamos que se han convertido en el santo y seña de un movimiento en ciernes.

“Estamos aquí porque el 1% de la población se sigue enriqueciendo, mientras el 99% se sigue empobreciendo”, aseguró el reverendo Alan Sharpton, una de las viejas voces de la lucha por los derechos civiles que ayer rasgaba la atmósfera reconcentrada con la presencia de trabajadores, desempleados, profesores de escuela, estudiantes, ancianos y niños que iban en hombros de sus padres.

“Nos han dicho que somos una turba, un grupo de hippies, unos locos y unos anarquistas. Pero todos aquí somos clase media, gente trabajadora, estudiantes, jubilados, veteranos de guerra o desempleados”, dijo Sharpton en medio de una ovación que resonaba bajo un cielo limpio y azul.

“Nos han dicho que este levantamiento popular tiene que ver sobre todo con las elecciones (generales de 2012). Y yo les digo que este levantamiento sólo tiene que ver con la supervivencia de más de 12 millones de desempleados o millones de familias que han perdido sus hogares”, insistió quien se ha convertido en una de las voces que se han subido al tren de los indignados o los “ocupantes” de Estados Unidos.

“Esto no es una revuelta porque queramos ayudar políticamente a (Barack) Obama. Esta es una revuelta porque quieren perjudicar a nuestra Mama”, añadió Sharpton, en un juego de palabras que los miles de asistentes le aplaudieron entre sonrisas. Por segunda ocasión en poco más de un mes, una poderosa coalición de fuerzas cerraban ayer filas para mostrar músculo y tratar de dejar constancia de que el movimiento de “Ocupen Wall Street” no es una revuelta pasajera o un movimiento auspiciado o patrocinado en exclusiva por una miríada de intereses de centroizquierda.

El que algunos de los más poderosos sindicatos hayan hecho ayer acto de presencia, en la marcha que desembocó en el monumento a Martin Luther King —que el presidente Barack Obama inauguro el pasado domingo—, dejó en evidencia la comunión de intereses entre organizaciones de base y ciudadanas y algunos de los grupos laborales más antiguos y poderosos del país.

La prueba de fuego para el movimiento de los “indignados” será, en el curso de las próximas semanas, demostrar la capacidad de convivencia de un núcleo de ciudadanos que no reconocen jerarquías ni liderazgos, y unas organizaciones sindicales de disciplina piramidal y espartana que han entrado en la corriente sanguínea de una lucha que se ha extendido por más de 300 ciudades en todo el país.

El acto celebrado ayer a los pies del monumento a Washington fue aprovechado por algunos miembros de la administración Obama para echar en cara al Partido Republicano su decisión de frenar la iniciativa de la Casa Blanca para la inyección de poco más de 447 mil millones de dólares en la creación de millones de empleos.