Fue en octubre de 2021, cuando todavía faltaban 11 meses para que empezara la Copa del Mundo, que Neymar soltó la frase: “Creo que Catar será mi último mundial”. Palabras inesperadas las del astro del PSG, sobre todo considerando que es un jugador en los mejores años de su carrera y apenas tiene 30.

La razón la dio ahí mismo, en esa entrevista que le concedió a DAZN: “La encaro como la última porque no sé si tendré la fortaleza mental de seguir aguantando al fútbol”.

Neymar se abrió, como no lo había hecho antes, y se reveló “sobrecargado”, saturado de su propia figura y ansioso por la presión de su trabajo. La tensión de ser quien es, la misma con la que llegó a Catar 2022 y que estalló en su imagen, manos en la cara, sentado y llorando desconsolado en el banquillo, tras lesionarse en el partido inaugural de Brasil contra Serbia.

Recuerdos de ese 7-1 contra Alemania en casa, oscura noche en la que no pudo estar porque, un partido antes —contra Colombia—, Camilo Zúñiga lo sacó del torneo con un rodillazo a la altura de la columna que casi lo deja parapléjico.

Ese día, o esa copa mejor, todavía cuesta para Neymar. Le prometieron —por su juego, magia, espíritu y gambeta— un lugar entre los más grandes. Le cargaron el peso del elegido, el niño descarado de Santos que devolvería a Brasil a la máxima gloria, que traería de nuevo la Copa del Mundo, esquiva desde Japón y Corea en 2002.

Neymar no ha logrado cumplir con ese destino que le marcó el fútbol. Cuando parecía que con Barcelona llegaba a su cumbre, huyó a PSG. Y en París nunca logró la consagración definitiva porque la Champions League le ha sido esquiva. Con Brasil, más allá de un título olímpico en 2016, tampoco ha ganado los títulos esperados y en la última Copa América volvió a perder en casa, en el Maracaná y contra Argentina. Esa noche sí que sintió el peso de las promesas que carga sobre los hombros. Y en el vacío que deja la derrota encontró consuelo en el abrazo de otro que sabe lo que es la presión de la grandeza, su gran amigo Lionel Messi, quien en esa final sí logró la redención que se merecía.

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El fútbol está en deuda con Neymar, también en mora de dominar su cabeza y sus emociones para alcanzar la grandeza absoluta. Antes de que empezara la Copa, Romario, consciente de los vacíos emocionales de Neymar, quien ha reconocido su incapacidad para romper los maleficios de su cabeza, le dijo en una carta abierta: “Todos solo recuerdan las alegrías, las celebraciones y los temas de victoria, pero casi nadie recuerda la presión de jugar un Mundial con la camiseta de Brasil después de tantos años sin un título. Te entiendo, Neymar. Sé cómo te sientes. Las comparaciones, los menosprecios y las críticas vacías pueden dañar a un jugador tan ilustrado como tú, pero tienes la alegría de los que juegan con placer. Y lo principal es que traes alegría a la gente. ¡Eres jodidamente genial, hermano!”.

Catar es un yunque y también pesa, no es diferente a los otros años. Más teniendo en cuenta que, según sus palabras, será la última oportunidad de Neymar de llevar la copa prometida a casa. Su karma de siempre, las lesiones, lo han vuelto a dejar por fuera los próximos dos partidos.

No es 2014, Tite dice que espera que Neymar se recupere y juegue las fases cruciales de la Copa del Mundo. “Está haciendo fisioterapia las 24 horas del día. Hoy lo veo mucho mejor, está confiado en su regreso”.

Sin embargo, el peso es el mismo para él y sus compañeros. Suiza será un buen reto para ver como recompone Brasil, que tienen una banda envidiable. Para Neymar será un duro reto, el de vencer viejos fantasmas y superar el bache emocional que implica su nueva lesión en el tobillo, para que no domine su cabeza y en su regreso pueda llevar a Brasil a recuperar la copa, para estar a la altura de su historia, la promesa que le hizo a Ney Jr. que no ha podido cumplir por los vacíos emocionales, el peso del fútbol.